Guillermo Monsanto
Es una larga vida por la que ha transitado Ramón Ávila Bayona. Nació en Barcelona (España) en 1934 y desde muy joven se inició en la búsqueda de una expresión visual con la cual encontró una razón de ser. A Guatemala, su segunda patria, llegó en 1963 en un tránsito hacia los Estados Unidos que se alargó hasta el presente. Acá se nacionalizó, formó su familia, creó un exitoso estudio serigráfico y cimentó una de las carreras más sólidas de su generación.
A su arribo se integró inmediatamente al movimiento generado por lo que hoy se conoce como la generación del sesenta: Elmar Rojas, Rafael Pereyra, Enrique Anleu, Luis Díaz, Daniel Schafer, Marco Augusto Quiroa, Gilberto Hernández, entre otras destacadas firmas. Amén de haber expuesto en la prestigiosa Galería DS, fue aceptado más adelante como integrante del “Grupo Vértebra”. Algo que no aparece en las monografías es el papel que Ávila jugó como gestor y promotor en diversidad de exposiciones al financiar los eventos generados en los espacios que de apoco les abrían las puertas.
Aquella primera obra era gestual, “tachista” y completamente abstracta. Casi de inmediato abrazó una pintura más expresionista acorde, figurativamente hablando, con los movimientos de protesta relacionados al conflicto armado interno y el imaginario alimentado por los artistas sancarlistas, en su mayoría, quienes proponían desde una iconografía muy expresiva y dolorosa. Desde este momento, el color va ha ser explosivo y una parte fundamental en la lectura de sus trabajos.
Su ojo de pintor descubre el paisaje y la Guatemala criolla con sus campanarios, sus gentes y las generosas vistas del occidente chapín.
En una evolución lógica, su ojo de pintor descubre el paisaje y la Guatemala criolla con sus campanarios, sus gentes y las generosas vistas del occidente chapín. Saldría de esta etapa por una tragedia familiar y regresaría a lo abstracto, integrando en sus óleos una composición que ha evolucionado hasta sus estructuras constructivistas del presente. Mismas que ya llevó a la tridimensionalidad con mucho éxito.
Ramón Ávila es un artista ordenado. Trabaja oficiosamente todos los días en su taller produciendo infinidad de obras que atesora para exhibirlas en el momento propicio. De allí que jamás se le verá pintando a la carrera para una exposición. Ama su trabajo y lo respeta hasta las últimas consecuencias haciendo valer su decanatura en las artes locales por la creación de obras a las que les insufla el alma. Hoy, con una carrera que supera los setenta años, Ávila es uno de los artistas más representativos de la plástica guatemalteca.