Estas plantas, de tallo leñoso, contribuyen al control del cambio climático, pero también al clima anímico de las ciudades
Ignacio Abella ha estudiado durante toda su vida a los árboles y caminado entre ellos, con una pasión que le ha llevado a escribir libros como La Magia de los árboles, El hombre y la madera, Aves familiares, La memoria del paisaje, El bosque sagrado, La cultura del Roble y La cultura del Tejo, además de ser colaborador asiduo de Radio Nacional de España.
Relación con los seres humanos
Experto en los misterios y la historia de los árboles que forman parte de las tradiciones y culturas del mundo, Abella explica la relación que, a través del tiempo, han tenido con los seres humanos: “Los árboles crean el humus y las condiciones óptimas para que, por un lado, se precipite el agua del cielo pero, por otro, esa agua quede retenida en el humus, que es materia orgánica, la gran madre que crea los bosques y procura la fertilidad de la tierra, y esa agua retenida, luego, nosotros la bebemos de los manantiales”.
Según Abella, los árboles contribuyen, primero, al control del cambio climático porque son grandes receptores de CO2 y, segundo, absorben todo tipo de polución, desde el polvo de las ciudades hasta sustancias como el óxido nitroso o gases que pueden resultar muy nocivos y que los árboles retienen en su propia madera y materia orgánica.
“También podríamos hablar de otros efectos sobre el clima anímico de la ciudad, porque una ciudad vacía de árboles es una ciudad triste, sola, estéril, y una urbe con espacios en los que crecen plantas y árboles es más sana, más amigable y más alegre”, subraya Abella.
Otro de los muchos beneficios que aportan los árboles es su capacidad para, a través de los anillos que se dibujan en el interior de sus troncos, narrarnos la historia de nuestro planeta, apunta Abella: “En estos círculos podemos leer el pasado, podemos saber la edad del árbol, leer los acontecimientos de la tierra a nivel geológico, los cambios en el clima y las épocas de sequías. Por ejemplo, un anillo que ha sufrido una sequía será un anillo muy pequeño”.
El experto comenta que el interior de un tronco es como un mapa del tiempo que nos permite leer, por medio de la ciencia de la dendrocronología, los acontecimientos que han transcurrido en la vida de ese árbol, pero también la vida en general.
Significados distintos
Cada lugar, cada zona del planeta tiene sus propios árboles, con un significado y utilidad distintas, al mismo tiempo que han creado tradiciones propias con las que se identifica su población. Por ejemplo, en Europa, los árboles muy grandes y muy viejos, como el tejo, el roble o los olmos, han quedado en la historia de este continente como parte de la vida cotidiana de villas y pueblos.
“Estos árboles se convirtieron en nuestros lugares de reunión, donde la gente acudía para tomar decisiones que afectaban a los vecinos, fueron nuestros primeros Ayuntamientos y, a veces, se convertían en sitios sagrados, porque bajo muchos de ellos se enterraban a los vecinos”, expresa Abella.
Pero en cada población los árboles representaban su papel con distintos matices, indica: “En Cuba y Centroamérica, el árbol de la ceiba estaba considerado como un santuario alrededor de la cual se reunía la gente y su sombra era utilizada en los mercados y se depositaban ofrendas a su alrededor”.
Entre los árboles más longevos del planeta Abella pone al Pinus longaeva, del que se han encontrado ejemplares de varios milenios. En Norteamérica, las grandes secuoyas pueden tener entre 1 mil 200 y 1 mil 800 años, y es de los más altos que se conocen.
“En Australia se encuentran eucaliptos inmensos y de edades muy avanzadas. En Centroamérica, la ceiba es un buen ejemplo de árbol longevo y grandioso y, si hablamos de Europa, podemos citar al olivo, que puede llegar a ser milenario, o el tejo, que puede alcanzar entre 2 mil y más años. También en Europa, el roble o la encina son muy longevos”, dice Abella.
Isabel Martínez Pita, EFE.