Al cumplirse un año del primer caso de Covid-19 en México, el pasado 28 de febrero, los casi 200 mil muertos que se han registrado suponen un dato demoledor. Y detrás de los fríos números se esconden infinitas historias personales, que vale la pena conocer.
Mala información
La última vez que Federico Neri habló con María Jesús fue en octubre, en la puerta del Hospital Troncoso. No imaginó que meses después solo vería a su esposa en un retrato. Como tantos otros familiares que no pueden ingresar al hospital, Federico sufrió la angustia de no estar cerca de su allegada.
“Fue muy mala la atención. En lugar de informar y tranquilizar a los familiares, a nosotros nos creó inquietud y desasosiego”, detalla. Incluso hoy no entiende lo que pasó con ella. A su cónyugue, de 64 años, la hospitalizaron con neumonía en el área de enfermos de Covid, aunque dio negativo a la prueba.
En menos de una semana la dieron de alta, pero unos días después volvió a enfermar, la ingresaron y falleció en el hospital. Por el certificado de defunción se enteró que fue a causa del virus. “Fue una negligencia al ingresarla al área Covid, sin estar seguros”, dijo.
“No somos héroes”
“Tranquilas, no va a pasar nada. Voy a mejorar y volveré a trabajar”, fueron las últimas palabras que recuerda Ivonne Peralta de su padre, Arturo, quien trabajaba en terapia intensiva del Hospital MacGregor de Ciudad de México.
De 55 años, Arturo pone rostro a uno de los más de 3 mil médicos muertos por coronavirus en este país, una de las cifras más altas del mundo.
“Su cuerpo no pudo soportar el daño que causa el virus, y falleció después de 12 días en estado grave”, explica su única hija.
Ivonne, también trabajadora de salud, rememora que su padre se ponía contento cuando se recuperaba un paciente, hasta que se contagió y le quitó la vida. “No somos héroes, es un compromiso que todos decidimos hacer”, cuenta Ivonne.
Se hizo cremador
El instructor de baile Jorge Palomo se quedó sin empleo a sus 26 años, y comenzó a trabajar en el cementerio Xilotepec durante la pandemia, cuyo primer caso se detectó en México el 28 de febrero de 2020.
“No hay tiempo para descansar en el panteón, donde el ritmo de trabajo se disparó de 6 a 35 cremaciones diarias, casi todas de víctimas por Covid-19”.
Parece un empleo sencillo. Hay que poner el horno a 1,600 grados y esperar hasta una hora para completar la incineración.
“La única manera de saber si el proceso va bien es abriendo las puertas del incinerador. No es algo que quieras ver”, confiesa.
Me despidieron por pedir tapabocas
El conserje Jorge Pérez salió del Hospital 20 de Noviembre, tras una exhausta jornada limpiando baños y oficinas, y se topó con periodistas.
“Me preguntaron que cómo me trataban en el hospital. Dije que mal. No nos dan ni cubrebocas y, si exigimos, nos dicen que nos van a correr”, relata este hombre de 71 años.
Y la amenaza se cumplió. Tras la entrevista, fue despedido por la empresa que lo había contratado para la limpieza del centro médico.
“Cuando me dijeron que el hospital se iba a llenar de Covid, sí empecé a trabajar con más miedo”, recuerda. Desde su despido, Jorge va consiguiendo “algún que otro trabajo” puntual con el que apenas se mantiene. “Imagínese pagar la renta, mi alimentación, vestido, calzado. ¿De dónde? No hay”.