Quizá no ha nacido el futbolista que despoje a Éver Hugo Almeida de resonantes marcas como la de más partidos jugados en la historia de la Copa América, 113 en 16 ediciones, o de los 10 títulos con Olimpia, pero fácil fue sacarle el secreto para atajar penaltis hasta los 42 años.
Bastó una charla de futbol en la videoconferencia “Una vida desde el arco”, organizada por la Asociación Uruguaya de Entrenadores de Futbol (AUDEF) para que el entrenador nacido en Salto, pero adoptado en Paraguay hiciera sus reflexiones sobre la demarcación en la cancha que lo tornó leyenda en Sudamérica.
“Utilicé las matemáticas”, dijo Almeida al explicar cómo logró frustrar a sus rivales en ese duelo desde los once metros.
“Un día me puse a pensar qué podía hacer diferente para atajar penaltis y entonces vi que de diez que se cobran, uno es errado, lo tiran afuera o pega en el palo”, manifestó el uruguayo de nacimiento, que el 1 de julio cumplirá 72 años.
Con esa constante que obtuvo a través de la observación y las experiencias propias y ajenas, el corpulento hombre que custodió el arco de la selección paraguaya entre 1973 y 1986 concluyó que los porteros, antes del cobro, tienen apenas un 10 por ciento de posibilidades de evitar el gol.
Los cálculos que a continuación elaboró presentan una cierta complejidad.
“Después se me ocurrió dividir el arco en cinco partes: la zona de arriba, las de abajo y el medio a la derecha y a la izquierda. Ese número cinco lo dividí entre noventa. Y me dio algo así como dieciocho, a lo que le sumé el porcentaje a favor”, relató.
Con estos cálculos, el entrenador que clasificó a Guatemala al único Mundial de su historia, el Sub-20 de 2011, sacó otra importante conclusión: “el portero tiene un 28 por ciento de posibilidades de atajar un penal “a la derecha o a la izquierda”, pero abajo.
Luego de elaborar el proceso matemático, Almeida dio paso a sus experiencias entre los tres palos a partir de su debut con el Cerro uruguayo en 1966.
Así, cuando venía un jugador a patear un penal sacaba otras evaluaciones del tipo: “si va a patear el número diez, miro si es derecho o zurdo, pero ya sé que es técnico y puede ser que su intención sea colocar el balón”.
“A la vez miro cómo va el partido, si van ganando o perdiendo. Si van perdiendo tienen una presión extra. Si falta poco tiempo o, si el jugador es experimentado, de equipo grande”, agregó.
En sus tiempos de jugador, en los que no había oficios desarrollados como el de preparador de porteros y la televisión todavía no tenía el alcance actual para ver a los equipos y los jugadores rivales, la observación y la experiencia resultaban grandes armas, manifestó.
Confesó que con sus movimientos de un lado a otro insinuaba al jugador rival que ya tenía un ángulo definido para jugarse. Pero su posición la corregía en el mismo momento en que el ejecutor bajaba la cabeza para golpear la pelota.
Fueron muchas las posibilidades de atajar así y con alegría aún recuerda “la cara de sorpresa del que pateaba” al ver que él había alcanzado a corregir la trayectoria opuesta a su último balanceo.
“Esa era mi manera, con la que me fue realmente muy bien, pero nadie tiene la verdad en esto. Yo tuve mi verdad, me salió bien y otros tienen la suya y les sale bien”, admitió.
Revelar el secreto a los pupilos que preparó no siempre le deparó éxitos.
El extécnico de los ecuatorianos Barcelona y El Nacional, y del Rionegro Águilas colombiano relató que en 1997, antes de abandonar el banquillo del Nacional paraguayo pasaba horas extras trabajando con un promisorio portero, Santiago Rojas.
Poco después de abandonar el cargo fue testigo de una definición por penaltis de Nacional.
De los cinco lanzamientos, Santi Rojas atajó cuatro.
Un periodista, al término del partido, le preguntó si la técnica la había aprendido de su anterior entrenador, y esto fue lo que el mismo Almeida recordó de la respuesta de su expupilo:
“Sí, el profe Almeida me enseñó, pero nunca hice lo que él me enseñó porque para mí era muy difícil”. EFE