lunes , 25 noviembre 2024
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Una despedida a Rubem Fonseca

El misterio que imprimió en cada una de sus novelas fue el mismo que marcó la vida del escritor Rubem Fonseca, fallecido el miércoles a los 94 años. Revolucionario de las letras, con su lenguaje directo, violento, erótico y vulgar llenó de “brutalismo” la literatura brasileña.

Tan intrigante, como la trama de sus obras, Rubem Fonseca vivió como una especie de ermitaño, narrando las truculentas historias que marcaron su estilo. El ganador de premios tan importantes, como el Juan Rulfo, el Jabuti o el Camoes, nunca concedió una entrevista en Brasil. Y, aunque prefería el anonimato, quienes lo conocían lo describían como una persona sencilla y con buen sentido del humor.

Fonseca no solo destacó como novelista, pero también fue reconocido por sus cuentos y ensayos, e incluso por algunos guiones cinematográficos a los que dio vida con su pluma cruda y desgarradora. Sus obras, en su mayoría policíacas, describen el día a día de la criminalidad, la prostitución y las desigualdades sociales, y protagonizan la realidad de un submundo ficticio.

Incluso Mandrake, el abogado criminalista que fue uno de los personajes centrales de los libros El Gran Arte y La biblia y la bengala inspiró la serie Mandrake (2005), producida por HBO.

Fonseca nació el 11 de mayo de 1925 en Juiz de Fora (Minas Gerais), y pasó su infancia en Río de Janeiro, donde luego se formó como abogado. En la capital fluminense tuvo su primer trabajo como comisario de policía, que le daría la materia prima y el estilo propio para muchas de sus obras y que lo llevaría a estudiar Administración de Empresas en EE. UU. 

Poco tiempo después de su regreso a Brasil, en plena dictadura, se dedicó por completo a la literatura. En sus obras se retrata sin miedo y de forma cruda la naturaleza humana. Por ello, siempre apostó por un lenguaje “obsceno” y defendió que los escritores no pueden “discriminar las palabras”.

Su enigmática personalidad lo acompañó hasta el final, e insistía en mantenerse anónimo tras una gorra y unos lentes oscuros cuando salía a caminar por las calles de Leblon, el barrio de Río de Janeiro donde vivió los últimos años. 

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