El arquitecto Vittorio Gregotti, fallecido hoy a los 92 años
de edad, contribuyó a dibujar el paisaje urbano de Italia, que le recuerda como
uno de los padres de la arquitectura moderna por sus diseños de líneas rectas y
su idea de urbanismo.
Gregotti estaba ingresado en la clínica milanesa San Giuseppe
y murió por una pulmonía agravada por el coronavirus, por esta pandemia que
está azotando a todo el país, con no menos de 21 mil contagiados y al menos mil
441 muertos, según los últimos datos.
La noticia de su muerte la dio precisamente otro de los
grandes arquitectos de la contemporaneidad, Stefano Boeri, para quien era “un
maestro de la arquitectura internacional”, pero también un “ensayista, crítico,
editorialista, polemista y hombre de Estado”.
Gregotti nació en 1927 en la ciudad piamontesa de Novara y de
joven trabajó en la fábrica textil de su padre en esa ciudad, junto a su
hermano Enrico, dos años menor, y se licenció en Arquitectura en 1952 en el
Politécnico de Milán.
Luego de sus estudios se mudó a Estados Unidos, en concreto a
Boston, Nueva York y Chicago, donde entró en contacto con otras grandes figuras
como Mies van der Rohe y conoció la obra de otros muchos como Frank Lloyd
Wright. Pero es a Milán a la que
estuvo y estará siempre vinculado.
No en vano su alcalde, Giuseppe Sala, aseguró que la ciudad
le “debe muchísimo” desde que en 1951 realizara su primera sala en la
prestigiosa Trienal hasta el proyecto de remodelación del barrio de Bicocca, en
su industrial nordeste.
Con su estilo de línea recta, conciso e industrial, Gregotti
configuró, con sus grandes planes de reconversión, toda esta zona en la que se
asientan universidades y sedes de empresas como Pirelli.
Pero también uno de los polos culturales de Milán, el Teatro
Arcimboldi, el más grande de Italia y el segundo de Europa, una estructura
cubierta por un techado inclinado de cristal pensada inicialmente para acoger
espectáculos de la ópera de La Scala.
No obstante su firma no se circunscribe únicamente a la
moderna Milán sino que también llegó a otros puntos de Italia, como a Génova
(noroeste), donde construyó el estadio Luigi Ferraris, o a la siciliana Palermo
(sur), donde pensó la rehabilitación del barrio ZEN, que no se culminó por
infiltraciones mafiosas en las licitaciones.
Gregotti acabó convirtiéndose en un arquitecto de fama
internacional y participó en el diseño del Estadio y del Anillo Olímpico de la
ciudad española de Barcelona para los Juegos de 1992, junto a Carles Buxade,
Joan Margarit, Alfonso Milà y Federico Correa. También creó el Centro Cultural de Belém, en Lisboa,
el de mayores dimensiones de todo Portugal.
Voraz lector y apasionado de la música lírica, de filosofía y
arte, el maestro se dedicó también a la docencia en facultades de Venecia,
Milán o Palermo e impartió lecciones en medio mundo, desde Buenos Aires a
Harvard o Cambridge.
En 1974 fundó su propio estudio, Gregorio Associati, después
de haber sido discípulo de Ernesto Nathan Rogers. Rechazaba la idea de la estrella de la arquitectura y
consideraba que esta disciplina era “un trabajo de equipo y no de escenarios”,
en una entrevista a La Stampa hace un
año.
En las páginas del diario turinés opinaba que el estado de la
arquitectura actual es “un verdadero desastre” porque se limita “a
crear imágenes y sorprender”, mientras que la idea de fondo de la profesión
debe “responder a las precisas necesidades sociales”.
Su visión del orden del espacio la adquirió en la fábrica de
su padre pero marcó su idea de arquitectura una lectura “fundamental” de su
vida, Los Buddenbrook, de Thomas Mann, “la narración más aguda de la
parábola de la burguesía industrial”, refería.
A lo largo de su vida participó en numerosas exposiciones
internacionales y fue el responsable de la sección introductoria de la XIII
Trienal de Milán en 1964, que le otorgó la Medalla de Oro en 2012.
También fue director de la sección Artes Visuales y
Arquitectura de la Bienal veneciana, nombrado “honoris causa” en Praga y
Rumanía y fue integrante honorario de la American Institute of Architects.
Gran parte de su pensamiento lo volcó en la prestigiosa
revista Casabella, que él mismo
dirigió entre 1982 y 1996, además de en varios diarios italianos en los que
colaboraba esporádicamente.
Ahora es uno de más de los que han sucumbido a la pandemia
del coronavirus, especialmente virulenta en la región de Lombardía y los
alrededores de Milán, pero desde el ayuntamiento de esa ciudad ha prometido un
homenaje cuando pase la tormenta.
*EFE