La historia del cine tiene en sus anales una larga lista de películas acerca de Satán, pero fue Rosemary’s Baby (El Bebé de Rosemary), estrenada hoy hace medio siglo, la que puso de moda esta temática con un brillante filme de Roman Polanski.
Una premisa cotidiana
Fielmente basada en un libro de Ira Levin, Rosemary’s Baby, la cinta, fue la primera totalmente estadounidense de Roman Polanski, quien dio una lección de cómo partir de lo cotidiano para crear un clima de miedo e inseguridad.
Nada tan común como una joven pareja que se muda a un apartamento en Nueva York y decide tener un hijo, unos vecinos demasiado solícitos o un marido capaz de todo por triunfar como actor. Pero todo se enrarece cuando Rosemary (Mia Farrow) queda embarazada luego de una satánica pesadilla, y empieza a sospechar que una terrible amenaza se cierne sobre ella y el bebé que espera.
Polanski maneja magistralmente en este filme la carta de la ambigüedad: “No quiero que el espectador piense ‘esto’ o ‘aquello’, quiero simplemente que no esté seguro de nada. Esto es lo más interesante: la incertidumbre”.
La imaginación es la mejor máquina de crear terror si los indicios son sugerentes, y en este caso lo son, envueltos en un halo de normalidad y con una obsesión por el detalle. “No hay nada de sobrenatural, salvo la pesadilla. La idea del Diablo podría considerarse como una paranoia de Rosemary durante su embarazo, o por una depresión postparto”, dijo Polanski.
Vínculos oscuros
Pero Rosemary’s Baby no se libró de la leyenda negra. En el lugar donde se rodaron los exteriores, el edificio Dakota, vivió a comienzos del siglo XX el mago Aleister Crowley, de quien se dice que practicó allí sus rituales, y a sus puertas sería asesinado John Lennon años más tarde.
Hubo incluso quien quiso ver un vínculo con la muerte, un año después, de la esposa del director, Sharon Tate, embarazada de ocho meses, a manos de la secta La familia, de Charles Manson.
En todo caso la película no ha perdido ninguna de sus virtudes, y ha dejado en los ojos de muchos cinéfilos el rostro espantado de la protagonista cuando contempla por primera vez a su hijo. Una imagen que se niega al espectador porque, como defendió Polanski: “mostrar al niño habría sido un gran error”.