Perú cumplió un sueño el miércoles. Un sueño atesorado con indesmayable pasión desde hace 36 años: clasificar a un mundial de futbol. La más reciente ocasión que una selección inca participó fue en España 1982. La victoria ante Nueva Zelanda asoma hoy como una epifanía.
No es una paradoja que Perú lo haya alcanzado accediendo con el último cupo de los 32 en disputa para Rusia 2018. El elenco peruano está culturalmente acostumbrado a sufrir hasta el final un partido para conseguir un objetivo.
La catarsis colectiva que ha desatado la clasificación es un hecho sin precedentes para una generación y media de peruanos, que acumuló frustraciones y golpes a la autoestima en las últimas tres décadas.
El boleto a Rusia tiene el efecto de un poderoso tónico reconstituyente para un país que se resignó a ver por televisión los mundiales desde el de México 1986.
La ironía dice que Argentina apeó a Perú de ese mundial con un gol de Ricardo Gareca, quien decretó el empate a 2 en Buenos Aires. Y ese verdugo se disfrazó de héroe, ahora como seleccionador inca desde el banquillo.
“Lo que estamos viviendo lo comparo con la explosión y desborde de entusiasmo que se vivió cuando Perú se clasificó para México 1970. Hasta entonces, Perú no había ido a un mundial, pues al de 1930 fuimos invitados”, rememoró Fernando Tuesta, sociólogo en la Universidad Católica e hincha del deporte más popular en Perú, el futbol.
Hoy, Perú se sube otra vez al tren de la historia de los mundiales, y toma las calles para celebrar en una explosión de júbilo contenida.