Por: Jessica Masaya Portocarrero
Hay relatos que se te ofrecen allí, maravillosos y casi inverosímiles, te encantan de inmediato. Quien ama escucharlos, como suelen ser los escritores, babean ante historias que parecen hechas para la literatura.
Además de inventar cosas desde cero, los literatos echan mano de esa realidad que se abre ante ellos en boca de otros. Son capaces de transportarse hasta el lugar de los hechos, ver a los protagonistas, casi tocarlos. De conversaciones suelen nacer ideas para escribir, para darse gusto recreando acontecimientos ajenos, pero ya con el sello propio.
Muchos criticaron a Gabriel García Márquez por reproducir historias que oyó de niño de las mujeres de su familia. Yo veo dos cosas: que creció en un entorno rico en historias, y allí fue creciendo su genio; y la otra, que requiere mucho talento no solo ordenar las historias, sino para crear un universo propio. Por otro lado, es una hermosa manera de no dejar que muera una parte de la historia de su familia, de las mujeres que lo nutrieron en muchas maneras.
También me viene a la mente otro genio, William Shakespeare. Quienes lo han estudiado hablan de “fuentes” de las que sacaba sus argumentos, o parte de ellos. Cuando se trataba de hechos históricos, solía usar las Chronicles of England, Scotlande, and Irelande (1577), de Raphael Holinshed.
En el caso de quizá su obra más famosa, Romeo y Julieta, usa una historia ya contada y escrita por otros. Forma parte de una larga tradición de romances trágicos de la antigüedad. Existen versiones y traducciones italianas, inglesas y francesas, y de todas ellas echó mano Shakespeare para hacer la suya en 1597.
Estos ejemplos sirven para demostrar que, además de creador, el escritor es un cazador de historias, que moldeará según su estilo para que finalmente sean propias.
¿A qué viene todo esto? Pues estoy escribiendo un cuento basado en una historia que me contaron. Una familia guatemalteca en los años 70 llega a un país sudamericano justo cuando derrocan a uno de tantos presidentes, quien debe salir al exilio. En la premura y en el desorden que impera en aquella ciudad lejana, aquellos centroamericanos quedan instalados y viviendo en la mansión que ocupaba el mandatario. Lo que encuentran tres niños y tres adolescentes en cajas y baúles, en caletas y sótanos, lo que en fotos y por las ventanas, todo es fascinante.
Creo que hay historias que sería una tragedia si no quedan registradas, podrían hasta perderse. Así que manos a la obra.