De ahí la atención preferencial a los más frágiles, pobres y necesitados.
En un mensaje al Simposio internacional de catequética, celebrado en Buenos Aires, el papa Francisco ha señalado exactamente el centro de la educación de la fe: “Cuanto más toma Jesús el centro de nuestra vida, tanto más nos hace salir de nosotros mismos, nos descentra y nos hace ser próximos a los otros”. En el citado Simposio ha intervenido Monseñor Luis Ladaria, actual prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe.
En su exposición ha subrayado que Cristo es el centro de la fe porque es el único y definitivo mediador de la salvación, al ser “testigo fiel” del amor de Dios Padre, que se deja ver y tocar en la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, Dios y Hombre verdadero. Ese amor manifestado en Cristo nos llega a nosotros, gracias a que estamos ungidos por el Espíritu Santo desde nuestro bautismo. En este proceso la Resurrección de Cristo ocupa un lugar central. ¿Qué consecuencias “prácticas” tiene esto y cómo nos afecta? ¿Cómo debe comprenderse y vivirse esta centralidad de Cristo en la educación de la fe?Podemos señalar tres aspectos de una misma realidad. En primer lugar, la Resurrección confirma la centralidad de Cristo en la vida y de los cristianos. Dice el Concilio Vaticano II, que Cristo revela al hombre lo que es el hombre. Es decir, que solo conociendo y uniéndonos a Cristo en su misterio completo (en todos sus aspectos y etapas) podemos conocer al hombre en general y nos podemos conocer a nosotros mismos. La Resurrección de Cristo con el Espíritu Santo, no solo nos manifiestan la bondad de una persona que muere por nosotros. La belleza, el bien y la verdad propios de Dios mismo, uno y trino, y que resplandece en sus obras. Y esto es posible en esta vida de modo incoado. Después de la resurrección de los muertos se nos dará de una manera definitiva vida, Esa misma crece, ya en cada uno y para el bien de todos, cada vez que comulgamos con la Eucaristía. En segundo lugar, Cristo Resucitado es una referencia central para la misión cristiana. Con su resurrección se confirma de modo vivo todo lo que Cristo es, lo que hizo, enseñó y prometió, y lo que nos encargó: dar a conocer hasta el fin de los tiempos al Dios creador, redentor y salvador. El anuncio de la fe está impulsado con la luz y la vida misma de Cristo que vive, y que quiere vivir en los cristianos. Tercero, la vida de Cristo resucitado es inseparable del misterio de la Iglesia.
Esto es así porque esta no es solo una institución, sino una comunión profunda con Dios. Como hemos visto ya, esto es posible no simplemente porque Dios lo ha querido o por un acto de su voluntad, sino porque se nos ha dado el mismo Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, que nos une y vivifica en la Iglesia, familia de Dios. En esto consiste la vocación cristiana, que es llamada a la santidad, y su consecuencia, que es la misión evangelizadora. De ahí la atención preferencial a los más frágiles, pobres y necesitados.