En un texto ya clásico titulado Morir en Occidente, Phillippe Ariès constata que el fenómeno de la muerte se ha visto envuelto en toda una serie de cambios sociales y culturales a nivel civilizatorio, y que marcan amplias diferencias con cómo la evaluamos hoy. La medicalización de la muerte y el aislamiento de quienes van a morir en clínicas y hospitales, como lo mencionaba el doctor Alejandro Koppmann, es reflejo de un distanciamiento profundo respecto de la familiaridad que la muerte tenía en el pasado.
Hoy la muerte parece ser repugnante. “Hay una motivación de la mentira en el deseo de proteger al enfermo; también evitar el malestar y emoción provocados por la agonía en medio de la felicidad de la vida (…) ya no se muere en la casa, se muere a solas en el hospital y sin ritual”. Si en el pasado la muerte significaba liberación, no solo del muerto, sino fundamentalmente liberación del dolor por la pérdida, hoy día ,según Ariès, hay una represión del dolor y una angustia que se lleva por dentro. Resultan obscenas las manifestaciones públicas de dolor. Esto lleva a lo que Ernest Becker llama la “negación de la muerte”, el hecho psicológico esencial en el que la realidad misma se oculta en esta idea de superar a la muerte, en la cual es necesario reprimir el dolor porque este representa el triunfo de Thanatos (Tolstoi, a partir de Iván Ilich, muestra magistralmente este proceso).
Parece ser que, hablando de forma laxa y general, en Occidente hay un alejamiento de lo que la muerte involucra y un ocultamiento de la verdad de nuestra mortalidad.
Quizás por eso Heidegger proponía el camino contrario: el de hacer la muerte completamente transparente y aceptar que somos un ser para la muerte, cuya finalidad definitiva e inevitable se declara como universal. Este será, posiblemente, el próximo gran debate moral que enfrentará la nación, esto es, si deben los sujetos individuales tomar las riendas, no solo de su vida, sino también de su propia muerte, especialmente para casos en los cuales los sufrimientos previos resultan ser intolerables.