La Revolución rusa es la que más atención ha recibido.
No hace mucho las discusiones sobre reformistas y revolucionarios parecían un recuerdo de los años sesenta. Mientras los reformistas hacían notar la falta de un principio de realidad en sus compañeros de camino, los revolucionarios señalaban que la reforma no es un camino más lento al mismo lugar, sino en realidad una meta distinta. Pero, aunque en nuestras latitudes encontró por esos años su punto culminante, la tensión entre estas dos tendencias atraviesa toda la historia del socialismo. No hace falta ser un observador muy agudo para notar que hace ya un tiempo está de regreso.
Este año nos permite abordar estos asuntos con atención a más amplios fenómenos históricos. En parte está ocurriendo, como puede verse en la discusión sobre la Revolución rusa, que gradualmente emerge. Pero no solo estamos en el centenario de dicha Revolución, sino también en el quinto centenario de la Reforma protestante. La conmemoración de ambas nos brinda una oportunidad sin igual para pensar sobre reforma y revolución desde una amplia perspectiva histórica.
Desde luego que no todo el que busque reformas tendrá a la protestante por modelo, ni tampoco todos los revolucionarios tendrán por ideal los sucesos que condujeron a la tiranía soviética. Se podría también objetar que estos dos acontecimientos históricos nos hablan en realidad sobre reforma y la revolución en dimensiones muy distintas de la vida; solo la segunda sería política. Pero estos dos acontecimientos nos invitan precisamente a levantar preguntas sobre la reforma y la revolución de una manera que amplíe nuestra mirada a distintas dimensiones de la vida humana, y en particular a considerar la relación entre política y religión con algo más que clichés
contemporáneos.
En nuestro contexto ha sido la conmemoración de la Revolución rusa la que más atención ha recibido. Pero la Reforma protestante da ocasión inigualable para reflexionar sobre las transiciones entre una y otra de estas disposiciones. El vínculo de los reformadores radicales con los reformadores magisteriales es un caso clásico de dicho problema: los reformadores radicales se entendían como hijos de los segundos, pero estos negaban la paternidad.