Por: Roberto García
Ese instante en el cual no ha empezado el partido, pero en tus adentros la adrenalina ya está al mil. Ese momento saliendo de los vestidores y entrando a la manga del patrocinador de turno.
El cansancio de la fase previa quedó atrás, los datos y estadísticas serán números fríos que están a punto de romperse o acumularse.
Ese es el minuto cero, ese limbo entre el pasado cercano y el futuro inmediato; ese límite casi imperceptible entre toda la parafernalia hecha para el grandioso segundo en el que el árbitro asignado dice “juegue”.
Es un segundo en el que se para hasta la respiración, y de ahí en adelante empieza una nueva historia qué contar, una nueva leyenda que nacerá en el terreno verde de los sueños, el campo de futbol o cualquier escenario deportivo.
A finales de los noventa conocí a un patojo, precisamente compartiendo muchos minutos cero en las distintas canchas del país.
Es tres años menor que yo, bravo, trabajador, luchón, futbolero a morir, talentoso nato, con personalidad y dedicado. Casi en todas las ligas le iba al equipo rival de mi preferencia, aunque compartíamos el amor por la Selección Nacional.
En ese momento, los dos estábamos solteros, flacos, jóvenes y con muchos sueños por cumplir. Hoy estamos casados, con el regalo de Dios de ser padres, un poco gordos, más maduros y, bendito Jesús, con muchos sueños cumplidos y otros tantos por hacerse realidad, y, como guinda al pastel, con una amistad de hermanos.
Por eso me da mucha alegría el saber de este nuevo minuto cero en la vida de mi hermano de mil batallas Óscar Ovando, ya que vio la luz el bendecido y desde ya exitoso nuevo espacio
www.oscarovando.com.