sábado , 23 noviembre 2024
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La piel con marcas

Hay una división infranqueable por lo indeleble de esa piel con marcas.

La piel con su apariencia es un distintivo. Los bebés con su lozanía suelen evidenciar con mucha facilidad y veracidad su estado de salud. En la tercera edad, la piel con sus arrugas y sus manchas es característica de conocimiento acumulado. De vivencias, de sabiduría. Nuestra piel nos denuncia con su aspecto. La piel es fiel carta de presentación.

Tal conocimiento es sabido desde la antigüedad, desde siempre. Las marcas en la piel diferenciaron castas en varias civilizaciones. Las marcas en la piel vuelven a establecer divisiones sociales. Aquellos jóvenes que a inicio de la década de los 80 en el siglo pasado fueron expulsados de varios de los estados del Norte, bajo el señalamiento de pandilleros antisociales, venían cargados en la piel con sus marcas. Unos con el “18”, otros con las iniciales “MS”, unos más con los símbolos de la calavera o sencillamente con lo que dieron en llamar “la santa muerte”.

Volvieron saturados de su resentimiento social. Al retornar, vinieron a desempeñar un rol contrainsurgente. Regresaron llenos de odio. Con sus distintivos en la piel, marcaron territorios. Ahí en donde la célula de la sociedad se desintegraba y se hacía disfuncional, ellos abrieron sus brazos y cobijaron a nuevos integrantes en esas localidades. Y se reprodujeron. Expandieron sus dominios. Se alzaron incluso contra sus primeros protectores. Dejaron de ser el instrumento de algunos, para constituirse en herramienta de sí mismos.

Asustaron, amenazaron e intimidaron. Luego extorsionaron, asesinaron. Lucharon contra la sociedad e impusieron sus propias reglas. Con algo parecido a unos particulares “valores”. Propiciaron un modelo de cohesión para delinquir. Se organizaron, se alzaron y el sistema tambaleó. Privó el temor. Se adueñó el pánico colectivo y la resistencia contra ellos aplastada sin clemencia. Desmembraron. Mutilaron.

La sociedad que les excluyó les rechaza, les encasilla. Les rehúye ¿Quién no? Ellos infunden miedo. Hay que admitirlo. Y su piel con marcas al distinguirles, les separa del conglomerado. De hecho, ya hay una división infranqueable por lo indeleble de esa piel con marcas. Aquellos expulsados en la “oleada” de deportaciones de 1980-1982, si por entonces tenían 20 años, hoy rondan los 55 o poco más. Son los abuelos de las generaciones de jóvenes sicarios que rondan entre los 10-12 años de edad. Son la autoridad “mayor” dentro de esas entidades organizadas para transgredir la Ley, todas las leyes.

¿Superaremos esta situación social tan expandida, tan cruelmente pronunciada? ¿Cuáles podrán ser las opciones que aporten soluciones? ¿Habrá derroteros más allá de las abismales fisuras sociales? ¿Cómo encarar una problemática tal que nos hace tanto mal? ¿Qué podremos emprender para hacernos comprender que a todos nos involucra? No sé las respuestas, ¿y usted apreciable lector… qué piensa…?

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