¿Qué sigue? Suenan tambores de guerra y la agresión apesta en las calles.
Juanita no ve tele. Oye radio, pero no escucha noticias. Lava, se tira al nene en la espalda y camina al río para acarrear agua. Ella no sabe de misiles ni acuerdos. Ella sabe de abrazar al nene, de correr al monte a buscar comida y esperar a Pedro para cenar juntos.
Los niños igual nacen, la inocencia dura poco y la realidad cruda, enferma. Sin embargo, hay caminos. Despertar con el propósito de que solo en equipo se sobrevive. Tomar conciencia de que compartir una visión positiva de futuro sí funciona. Dibujar el cuadro, el clima, gente, recursos, resultados. Lo bueno es que lo que falta, la ilusión lo crea.
En equipo construir lo que quiera que suceda, para luego resolver el propósito, tomar la decisión de unirse y empezar a crear confianza. Escuchar, proponer y pedir. La confianza es creer que cuenta uno con otro. Establecer roles. ¿Quién es bueno para cada cosa? Cómo funcionar en sincronía y generar resultados que provoquen salud, bienestar integral y crecimiento. Unirse por grupos que integren equipos, con vínculos naturales y voluntarios.
Identificar las metas, individuales, de familia, de equipos. Aprender a platicar sobre los sueños organizados, los que soñamos despiertos y controlamos para que no se vuelvan pesadillas sino sigan un guion con final feliz.
Al establecer las metas, el siguiente paso es comprometerse, trabajar y decidir, aportar y proveer, para luego cosechar del esfuerzo y celebrar con pareja y amigos, con compañeros de trabajo y vecinos.
Hace falta unirse porque se escuchan tambores de guerra y en la calle huele a pelea. De repente da tiempo de reciclar el mundo y granito a granito reconstruirlo. Sembrar un árbol, leer un libro y cuidar al hijo es parte del camino. Hacerse famosos por creativos, amables y trabajadores. Darse su lugar y poner límites cuando la agresión perturbe; sin cólera ni resentimiento, sino con la clara expresión de qué molesta y qué agrada, con el desenfado de evitar y apartarse o pedir cariño y abrazar.
Esa ira vieja dejar que se muera. Tratarla con respeto y cariño para que no le quede otra alternativa que transformarse en ganas de trabajar. La guerra empieza adentro, donde duele el pecho y se nubla el entendimiento, donde no se dialoga y se acaba el afecto. La guerra empieza en uno, pero también puede sofocarse y usarla como combustible para avanzar fácilmente hacia el futuro.
A Juana y a Pedro, eso del equipo, les suena a chamusca. Sin embargo, juntos trabajan mil horas y cuando hay enojo se acuestan de espaldas, pero no es frecuente. Cuando ven al cielo, no ven los misiles. Su único anhelo es que su bebito viva muchos años, aprenda en la escuela y salga adelante.