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Eduardo Ortiz Lara: “La música es lo más noble, después de Dios”

El violonchelista guatemalteco ha dedicado su vida a la interpretación y a la docencia.

Con 102 años recién cumplidos, el violonchelista Eduardo Ortiz Lara sigue enamorado de la música. Su pasión y dedicación por ella lo ha acompañado desde la primera vez que tuvo entre sus manos un instrumento, y lo llevó a ser parte de múltiples orquestas y a compartir sus conocimientos con las nuevas generaciones. En Los de siempre, esta auténtica figura de la música guatemalteca recorre las partituras de su vida. 

En una barbería

Un día, mientras le cortaban el cabello, en una barbería de Jocotenango, Sacatepéquez, Eduardo Ortiz Lara comenzó a prestar atención a las notas que emanaban de una marimba. Lo que percibían sus oídos lo hizo levantarse, tomar el violón que acompañaba a la agrupación y empezar a tocar. “Me decían que tenía oído y fue después de eso que mi cuñado, Ramón Coronado, me llevó al Conservatorio”, recuerda el maestro.

En 1935, cuando tenía 18 años, tuvo el primer contacto con el instrumento que lo marcó y lo llevó a dedicarse de lleno a la música, su amado violonchelo: “El maestro alemán (Heinrich) Joachim fue quien me enseñó a tocar y a hacerlo con pasión”. 

Camino hacia la orquesta

Una de las memorias que se mantienen intactas en la mente del violonchelista fue graduarse del Conservatorio Nacional de Música Germán Alcántara, en 1942, ocasión en la que se recuerda “muy contento y nervioso”. Después de eso, el músico se sintió listo para dar el siguiente paso, ser integrante de la Orquesta Sinfónica Nacional, que por entonces se llamaba Orquesta Progresista. “Pertenecer a ella fue una experiencia sublime, porque era lo que deseábamos todos los que amamos la música”, explica. 

Al maestro Ortiz Lara se le concedió el Cambio de la Rosa de la Paz, en 2018.

De sus años con la máxima institución musical del país, resalta la emoción que le daba ejecutar esas obras que lo “maravillaban”. Además destaca haber sido dirigido por Gastón Pellegrini, de quien absorbió la manera de guiar, que más adelante emplearía al tener una batuta en su mano y al ser parte de orquestas en Canadá y El Salvador.

La docencia

Allá por 1950, Ortiz Lara empezó a compartir sus conocimientos en las escuelas y en el mismo Conservatorio: “Me llenaba de alegría enseñar coros a niños e iniciar en el chelo y el solfeo a los pequeños interesados”. Esta tarea no es fácil, admite, y hacerlo requiere de mucha “paciencia y amor por la música”. 

Los jóvenes que recibieron esa pasión transformada en aprendizaje ahora son grandes figuras. Entre ellos Juan Carlos Paniagua, César Tovar, Ricardo del Carmen, Igor Sarmientos, Alfredo Mazariegos, Ana Galdámez, su propio hijo, Sergio Iván Ortiz de León, y su nieta, Mónica Ivonne Ortiz López. “La música es lo más noble que hay, después de Dios. La buena música, por supuesto, no la charranguera”, dice en tono de broma.

Lo más preciado

La dedicación a su arte lo ha hecho acreedor de múltiples premios, de los que resalta la Orden Francisco Marroquín y la Orden del Quetzal, que recibió al cumplir 100 años de edad. “Me hicieron un concierto con todas las obras que me gustan de chelo. La orquesta estaba compuesta por mis alumnos y allí estaba mi nieta. Eso realmente me gustó”, puntualiza.

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