lunes , 25 noviembre 2024
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Alfredo Porras Smith, una vida entregada al teatro

El intérprete guatemalteco revisa una trayectoria que supera las cinco décadas.

Durante sus no menos de 53 años de trayectoria, la interpretación ha llevado a Alfredo Porras Smith del teatro clásico al existencialista, y de ser apuntador, a director de la Escuela Nacional de Arte Dramático. Por eso, desde el interior de su hogar, repasa las obras que lo enamoraron de la actuación, la dirección y la docencia. Los de siempre le da la bienvenida a un artista que sobre las tablas, detrás del telón y en las aulas se entrega por completo. 

Primer acto

Rodeado de libros, un cuadro de Marco Augusto Quiroa y apuntes de su reciente papel como Hamm en Fin de partida, Alfredo Porras Smith relata que su primera actuación fue en sus años escolares. “Recuerdo muy bien que era algo de una granja, porque había un gallo, una vaquita, y yo era un pollito”, dice. 

Si bien aquel rol lo cautivó, del teatro realmente se enamoró cuando asistió a una función La casa de Bernarda Alba, dirigida por Hugo Carillo. Tanto le gustó la obra que la vio cinco veces, en la última de las cuales se atrevió a hablarle al director y dramaturgo. Fue el principio de una larga amistad que también le daría su primer trabajo dentro de una compañía teatral, como apuntador. 

Porras Smith se mantiene activo en las tablas y detrás del telón.

Los papeles 

Como si hubiera ido a buscar al baúl de sus experiencias, Porras Smith se toma unos segundos antes de revelar cuáles han sido los papeles más significativos de su trayectoria. Sin titubear resalta sus interpretaciones en Las criadas (Jean Genet) y El Mercader de Venecia (William Shakespeare):
“El primero lo aprecio, por la entrega y dedicación que le puse. El segundo me fascinó por lo controversial que es. Me gusta más hacer de villano”. 

Las aulas 

Otro rol que Porras Smith ha desarrollado es el de docente. El guatemalteco cuenta que desde pequeño jugaba a ser maestro. Su dominio del inglés le permitió dar clases durante 26 años en el Instituto Guatemalteco Americano, donde combinaba sus técnicas de teatro con la enseñanza del idioma. Posteriormente, llegó a la Escuela Nacional de Arte Dramático para compartir sus conocimientos por no menos de tres décadas. “Para mí, ser maestro es darse a los demás. Es como ser actor, pues uno se entrega al público”, afirma. 

Uno a uno

Pero la pasión de Alfredo por el arte dramático es aún mayor y lo ha llevado a la dirección teatral. De esta faceta, disfruta trabajar uno a uno con los actores para la creación de los personajes. Es decir, tomar tiempo para construir y que luego se transformen en su papel.

“No me gusta que los intérpretes solo reciten sus líneas, eso no es la dirección”, precisa. La primera obra que estuvo bajo su cargo, aunque era pequeña, fue Una carta a su ilustrísima, de Manuel Galich. Su estreno a lo grande fue con Bodas de Sangre, de Federico García Lorca, en la que participó la actriz María Teresa Martínez.

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