La bailarina recuerda su trayectoria como intérprete, directora y docente.
Con un suspiro y una sonrisa, Amalí Selva recuerda la época en que se enamoró del ballet y cómo esta expresión artística trazó el camino de su vida. Las zapatillas la han acompañado durante no menos de 50 años, desde que era estudiante de la Escuela Nacional de Danza Marcelle Bonge de Devaux, hasta la actualidad, como docente de esa institución. Los de siempre recibe hoy a una mujer que vive al compás de su pasión, la danza clásica.
El encuentro
El primer encuentro que Amalí Selva tuvo con el ballet fue a los siete años, cuando, durante una velada en León, Nicaragua, vio a una bailarina interpretar La danza de los cisnes. Sus ojos, recuerda, no podían estar más abiertos, ya que quería captar todos los movimientos. “Me gustó muchísimo y cuando llegué a mi casa tratabade pararme en punta y hacer las posiciones”, agrega.
Sin embargo, fue hasta los 11 años cuando, junto a una vecina, Selva se acercó a la Escuela Nacional de Danza Marcelle Bonge de Devaux y descubrió su pasión por el ballet. Durante seis años tomó experiencia de sus maestros, los bailarines Salvador Barillas, Hipólito Chang y Sonia Villalta.
El gran paso
Aún como alumna, su disciplina y precisión la llevaron a ser seleccionada para acompañar al Ballet Nacional de Guatemala (BNG) en algunas presentaciones, un momento que describe como “inolvidable”. En 1967, se convirtió en intérprete oficial de la compañía estatal y, de 1985 a 1998, fue primera bailarina. Fueron 33 años de historia en la institución, en los que actuó en piezas tan reconocidas como Giselle, Don Quijote, El Lago de los Cisnes, El Cascanueces, Romeo y Julieta y Carmina Burana.
La dirección
En 1998, Selva decidió dejar de bailar y comenzó así una etapa como directora del BNG. Sus objetivos fueron mejorar la calidad técnica de las presentaciones, los montajes y las coreografías pero, sobre todo, hacer contacto con bailarines extranjeros que ayudaran a perfeccionar el talento nacional: “Tuve la suerte de contar con maestros cubanos, solistas de la Ópera de París e, incluso, con intérpretes del Bolshói (Moscú). Para nosotros fue increíble tener esa vivencia cuerpo a cuerpo con artistas de tal categoría”.
Compartir la experiencia
Luego de un tiempo al frente de la compañía, Selva volvió al lugar donde todo empezó, la Escuela Nacional de Danza, donde comparte sus experiencias con las nuevas generaciones. “Ver cómo las alumnas avanzan en la técnica y el estilo, y conquistan retos, me maravilla y me llena de mucha felicidad”, señala. Transmitir sus conocimientos es algo que disfruta, admite, pues en ellas ve el futuro de la disciplina que marcó su andar.