En ningún momento, en el Diario de Centro América (DCA) se demeritará el aporte intelectual que la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac) entrega a la sociedad. Este medio tampoco se convertirá en un crítico ocasional, que lanza improperios contra un centro académico que ha formado a las
mentes más brillantes que ha tenido el país.
No, que nadie se equivoque. El DCA es respetuoso y consciente que, como la mayoría de instituciones del Estado, la Usac ha sido parte del botín que los politiqueros pretenden acaparar y someter, aunque no entiendan que no entienden que el conocimiento, el principal activo de la tricentenaria, es libre, democrático e inclusivo, valores de los cuales carecen estos malhechores.
En este marco, sí lamentamos que el compromiso de impulsar el desarrollo científico, social, humanista y ambiental que esta academia describe como parte de su Misión, se vea entorpecido por representantes del mal, incapaces de ganarse el respeto de quienes entregan y reciben el pan del saber.
Que en los últimos cuatro años la San Carlos haya sido incapaz de presentar una iniciativa de ley en el Congreso de la República es tan penoso como ridículo, sobre todo cuando se conocen las capacidades y facultades que esta universidad tiene en, prácticamente, todos los campos científicos, del arte y la cultura.
La participación que esta alma mater tiene en organismos como la Corte de Constitucionalidad, Junta Monetaria, Directiva del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, Comisión Nacional de Electricidad y los Consejos de Desarrollo Urbano y Rural, entre otros, así como su incidencia al momento de elegir al jefe de la Superintendencia de Administración Tributaria, contralor general de cuentas y magistrados de las Cortes Suprema de Justicia y de Apelaciones la dotan de visiones incuestionables para entender y, en especial, solventar los problemas más críticos que enfrenta el país.
Abstenerse de retomar el liderazgo que por derecho e historia le pertenece es un error que la Usac no debe permitirse, porque no solo va contra su razón de ser, sino que atenta contra el desarrollo y la prosperidad que demandan y merecen quienes sostienen la tricentenaria.