La descripción que hace el presidente Bernardo Arévalo sobre los lujos que tenían los reos en el Centro de Alta Seguridad Canadá, El Infiernito, no termina de asombrar, pese a historias similares que la prensa ha contado en los últimos 20 años sobre los beneficios que se han recetado los convictos, quienes, se supone, han contado con la complicidad de funcionarios y agentes.
De acuerdo con el mandatario, en El Infiernito los detenidos, en su mayoría integrantes del Barrio 18, instalaron un sistema de fibra óptica que les facilitaba acceso a internet y a transmisiones televisivas. Además, disponían de piscina y habían ordenado construir y reconstruir espacios que habitaban. En ese mismo punto, cuando el gobierno de Bernardo Arévalo y Karin Herrera tomó el control, el 2 de junio pasado, se descubrieron jaulas con diversa clase de animales exóticos, además de escondites donde guardaban dinero y armas.
Hoy, esta administración tiene la responsabilidad de retomar el dominio del Sistema Penitenciario (SP), compromiso que por ineptitud, temor o corruptela las anteriores autoridades evadieron. El pueblo demanda que los penales dejen de ser hoteles cinco estrellas o centros que permiten planificar extorsiones, secuestros o asesinatos.
La tarea es compleja y llevará tiempo, pero lo importante es que ya se inició y no tiene marcha atrás. De hecho, el jefe de Estado estima que en algunas semanas la nueva prisión reciba a delincuentes altamente peligrosos, quienes tendrán los controles pertinentes a la calidad de sus crímenes y que priorice la protección de los custodios y sus familias.
Por lo menos desde 2001, la prensa registra noticias que dimensionan el fracaso en la construcción de un SP que permita reincorporar socialmente a los condenados. Fugas masivas peliculescas, jolgorios y vidas a cuerpo de rey caracterizan un sistema que está en deuda con los electores, del cual depende buena parte de la tranquilidad de los ciudadanos decentes y trabajadores, que conforman la inmensa mayoría de guatemaltecos.
De esa cuenta, cerrar las cárceles convertidas en hoteles cinco estrellas es el comienzo de un proceso llamado a terminar con los privilegios y la impunidad reinantes.