Desolador. Así puede calificarse el estado en que el anterior gobierno dejó el sistema educativo oficial. La gravedad de esa ingratitud no solo refleja incapacidad sino, peor aún, la escasa visión de país que caracterizó a Alejandro Giammattei y su equipo de trabajo.
Para demostrar el retroceso al que se llevó la enseñanza y el aprendizaje en los últimos cuatro años, conviene citar evaluaciones que hace la actual encargada del Ministerio de Educación (Mineduc), Anabella Giracca.
Veamos. Siete de cada 10 alumnos de primaria muestran un déficit en lectura y escritura. Más de 5 mil 300 establecimientos no cuentan con agua y 21 mil no tienen drenajes, mientras que otros 8 mil 587 mil están sin electricidad, las aulas de 19 mil planteles carecen de puertas y ventanas y en 17 mil hay goteras en los techos.
A cambio, se apostó por un seguro médico poco efectivo, que despertó muchas dudas en torno a la probidad con que fue manejado. Igualmente, nebulosa había sido la contratación de docentes y personal técnico y administrativo. En este proceso se priorizaban las recomendaciones y sugerencias políticas, en detrimento de los méritos académicos y del recorrido en las aulas.
Hoy, se busca revertir el colapso del sistema y promover otro más acorde a las necesidades nacionales, con catedráticos más comprometidos y con mayores capacidades, donde el alumnado reciba, verdaderamente, el pan del saber y salga preparado para tomar las riendas de un país que necesita de su talento humano para alcanzar mayores niveles de prosperidad y desarrollo.
Pero para retomar el rumbo correcto, es preciso empezar desde el inicio. Pensar en el país y no en los dirigentes. Buscar el traslado de conocimiento y no en repartir reinados. Hay que ofrecer escuelas dignas y programas sociales decentes y cristalinos que contribuyan a evitar la deserción y rechace el saqueo del erario. Es preciso, como bien dice la ministra Giracca, que el Mineduc retome la rectoría de la educación pública y encienda las luces donde ha reinado la oscuridad.