miércoles , 27 noviembre 2024
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Bendita rutina… (I)

Ricardo Piñero
Catedrático de Estética y profesor del Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea

Solemos tener muy marcados determinados momentos a lo largo del año que indican comienzos y decretan finales, como si pudiéramos elegir en qué momento la vida se para y en cuál se reanuda. Vivimos bajo la ilusión de dominarlo todo.

Nos encanta señorear sobre los acontecimientos, porque de ese modo nos parece que todo lo que sucede cae bajo nuestro control, y esa sensación de seguridad nos encanta, nos hace sentirnos muy poderosos. Pero no es así.

Los que nos dedicamos a la educación vivimos en la fantasía de que todo comienza cuando arrancan nuestras clases, es decir, tras las vacaciones de verano, y eso de enero nos suena a un futuro lejano en el que, aunque se estrena calendario, en realidad, nada cambia sustancialmente.

Ser protagonistas de nuestros propios días no nos hace propietarios de nada.

Cuando nuestras civilizaciones vivían pegadas a la tierra, a los trabajos del campo, a los ritmos de la naturaleza, todo el mundo tenía muy claro cuál era el tiempo de trabajo y cuál el del descanso, cuál el de la celebración y cuál el la acción de gracias, todo se configuraba de acuerdo con lo que era necesario para poder tener una vida buena.

Ahora nos empeñamos en que todo pueda suceder en cualquier momento y hemos perdido de vista la necesidad de que no cualquier ritmo de vida es un ritmo propio de seres humanos. Nuestras ansias de que todo deseo haya de ser saciado de manera inmediata nos ha hecho olvidar que la espera, en realidad, no es la ausencia de algo ni una carencia, sino la riqueza de saber colocar cada cosa en su sitio y disfrutar de cada cosa a su tiempo. No podemos vivir ni fuera del espacio ni fuera del tiempo, pero ni uno ni otro son nuestros.

Hay quien habla de su vida como si fuera un objeto, quizá porque piensa que le pertenece absolutamente, y no ha caído en la cuenta de que vivir no es un poseer, sino un hacer, un saber hacer que implica una apertura radical al mundo y a los seres que lo habitan.

Ser protagonistas de nuestros propios días no nos hace propietarios de nada. Si nos quedamos al margen, las cosas suceden, pero quizá no del modo más adecuado, no del modo más favorable, no del modo más apetecible.

Sin duda las vacaciones son algo adecuado, favorable y apetecible, pero no son un estado que pueda eternizarse, entre otras cosas, porque eso destruiría nuestra forma de estar en el mundo. El final del verano es vivido por algunas personas no como un tiempo propicio para arrancar proyectos nuevos, sino como una especie de apocalipsis en el que la rutina amenaza con engullirnos.

Hay quienes hasta experimentan una especie de angustia vital por el simple hecho de que han de regresar a sus vidas, como si lo que han estado haciendo durante días o semanas hubiera sido una experiencia extracorpórea que debiera prolongarse hasta el juicio final.

Quizá uno pueda sentirse de maravilla tumbado en una hamaca disfrutando de un mojito, y le parezca que eso es el estadio evolutivo final al que la humanidad tiende. Alguien podrá pensar que volver a su casa, a su trabajo, a sus amistades es una condena inmerecida, es un sufrimiento insoportable…

Continuará

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