Derecho inalienable. Imprescriptible. Bien público. Son términos consignados en el Artículo 127 de la Constitución Política de la República, relativo al uso del agua. En el mismo precepto, la Carta Magna, aprobada el 31 de mayo de 1985, que entró en vigencia el 14 de enero de 1986, establece que “una ley específica regulará esta materia”.
Casi 40 años después, el Estado sigue careciendo de un ordenamiento jurídico. Y, lo peor, muchas comunidades continúan sin acceso a un servicio continuo. Ni hablar de los estándares mínimos de pureza, que ofrezcan agua potable que no repleten de casos gastrointestinales las emergencias de los centros de salud.
Los compromisos asumidos por Guatemala trascienden las normativas internas. En junio de 2010, en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el país reconoció el acceso a este líquido como un derecho humano. En el mismo año, ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, se ratificó el compromiso de regular su uso.
Lo cierto es que nos hemos llenado de buenas intenciones. De acciones que se estancan sin mayor explicación. Aunque se sabe el trasfondo de los bloqueos. Registros de prensa refieren que, a septiembre de 2017, en el Congreso de la República se habían presentado 27 iniciativas de ley, las que se han quedado en eso: iniciativas.
En este contexto se conoce la decisión del presidente Bernardo Arévalo y de la vicemandataria Karin Herrera de convocar a un diálogo social, que permita definir un proyecto de ley que recoja las consideraciones de los diversos sectores y que sirva para regir el uso de este bien que pertenece a todos los guatemaltecos.
El Gobierno llamó a un encuentro que reúna a funcionarios y alcaldes, pero también a empresarios, académicos, sociedad civil y, principalmente, a comunidades indígenas. El propósito es cumplir el citado Artículo 127, que señala que el aprovechamiento, uso y goce del agua se regirá por el interés común.
Sin duda, este reto no será fácil de saldar. En breve, veremos los bombardeos que caen sobre el tema. Sin embargo, hoy se respiran otros tiempos. Una época en la que florece la verdadera democracia y se marchitan los privilegios.