Álvaro Sánchez-Ostiz
Revista Nuestro Tiempo
Ulises (Odiseo, en realidad) no es un personaje desconocido para nadie que llega a la universidad, ni tampoco el amor de Penélope y sus interminables tapices.
Menos aún el cíclope Polifemo, las sirenas o los lotófagos. Pero la Odisea es más que los personajes insertados en el imaginario colectivo. De la segunda mitad del siglo VIII a. C. han llegado hasta nuestros días dos grandes epopeyas atribuidas a Homero.
La Ilíada, la historia general de una guerra, la de Troya, que enfrenta a los héroes del momento. Y la Odisea, el relato particular del regreso de uno de ellos, Odiseo, rey de Ítaca, a su hogar. Un viaje físico pero, sobre todo, interior, para reencontrarse con su esposa, vengarse y restituir el orden social de su reino y su casa.
El sustrato legendario está ensamblado en una narrativa no lineal.
Una trama de familia, amigos y siervos fieles; de caminos hacia la propia identidad entre recovecos del pasado y de la mente. Un esencial en las bases de la literatura de todos los tiempos.
El viaje del héroe. El sustrato legendario está ensamblado en una narrativa no lineal, veinte años de historia encapsulados en cuarenta días de acción, y sirve a un plan más ambicioso: una narración sobre la existencia humana como viaje.
Destellos de humanidad. La solemnidad épica sugiere que no nos hallamos ante un relato cualquiera y que, en una época lejana, pero más hermosa, dioses caprichosos protegían o perseguían a los hombres, los esposos eran capaces de un amor inquebrantable y la sociedad se apoyaba sobre pilares firmes.
Al mismo tiempo, las relaciones complejas entre los personajes suenan cercanas al lector y resultan creíbles.
El príncipe y el mendigo. Odiseo no se muestra al poner pie en tierra, sino que, bajo la apariencia de un mendigo por arte de Atenea, comprueba primero quiénes le han permanecido fieles. El estado mental del héroe y el argumento se sumergen en una bruma de suspense.
Al quinto día, el protagonista revela su identidad, primero a su hijo y a sus siervos más leales, y después a los pretendientes de su esposa, a los que humilla en el conocido certamen de arco.
Universitarios forjados por los griegos. La Odisea puede verse como un relato arquetípico: el héroe que parte de su patria para cumplir una misión y regresa para recuperar el trono y a la mujer que ama. Pero es más que eso.
El viaje exterior de Odiseo en su vuelta a casa, así como el de Telémaco al tomar las riendas de su propio hogar, acaban para ambos en un viaje interior orientado a reconocer o descubrir su propia identidad, una reflexión sobre qué significa ser padre e hijo, marido y mujer, súbdito y soberano.