Joseluís González
Profesor y escritor
@dosvecescuento
Cuando en la tarde-noche del 24 de diciembre de 1945 la vida y sus maravillas se le empiezan a entenebrecer a George Bailey, el inolvidable personaje que encarna James Stewart ve que se desploman sin remedio sobre él la quiebra, el escándalo y la cárcel. Llega a casa sin abrigo, sin sombrero, sin la corona del árbol de Navidad. Desesperado. A su familia, inmersa en los preparativos de la Nochebuena, le sorprende ese súbito cambio de actitud.
En pleno declive interior de este hombre bueno que se resquebraja, su hijo mayor levanta la vista de un papel y le pregunta: “Papá, ¿cómo se escribe Hallelujah?”. George Bailey le contesta a gritos agrios: “Y yo qué sé. ¿Te crees que soy un diccionario?”. Aunque útiles, los diccionarios no siempre sirven para cerciorarse de cómo se escribe una palabra o su plural. El plural de cómic, el de test, el de carácter.
Cuando Gabriel García Márquez tenía cinco años, su abuelo Nicolás le “llevó a conocer los animales de un circo que estaba de paso en Aracataca”.
Los diccionarios no siempre sirven para cerciorarse de cómo se escribe una palabra o su plural.
El nobel de Literatura dejó en herencia, en 1996, este recuerdo en su prólogo al Diccionario de uso del español actual conocido por Clave: “El que más me llamó la atención fue una especie de caballo maltrecho y desolado […]. ‘Es un camello’, me dijo el abuelo. Alguien que estaba cerca le salió al paso. ‘Perdón, coronel’, le dijo. ‘Es un dromedario’”. Y continúa García Márquez: “Aquella tarde del circo volvió abatido a la casa y me llevó a su sobria oficina con un escritorio de cortina, un ventilador y un librero con un solo libro enorme.
Continuará…