Santiago de Navascués
Profesor de Historia Contemporánea
Aunque oficialmente se trata de un caso cerrado, todavía se cuestiona la precisión de las pruebas presentadas, la validez de los testimonios, el ocultamiento de pruebas, y la posibilidad de que Oswald hubiera sido un chivo expiatorio.
A su vez, Kennedy también había sido un político despiadado, lleno de luces y sombras. Son bien conocidas las intentonas de la CIA contra el dictador cubano Fidel Castro. Desde que se desclasificaron los archivos en 2007, conocemos las 638 tentativas de asesinato con que los servicios secretos estadounidenses trataron de poner fin a su vida. Fidel ostenta el récord Guinness de intentos de asesinato frustrados por los métodos más ingeniosos: desde moluscos explosivos hasta chalecos de neopreno rociados con veneno.
El peor crimen de Kennedy, sin embargo, tuvo lugar en Vietnam. En uno de los actos de traición más infames de la historia reciente, JFK autorizó el derrocamiento violento del gobierno del presidente de Vietnam del Sur, Ngo Dinh Diem.
Fidel ostenta el récord Guinness de intentos de asesinato frustrados por los métodos más ingeniosos desde moluscos explosivos hasta chalecos de neopreno rociados con veneno.
En el otoño de 1963, pocas semanas antes del asesinato de Kennedy, CIA orquestó un golpe de Estado que acabaría con la vida del católico Diem, el último presidente con autoridad sobre el país sudasiático. Las consecuencias de este vacío de poder se harían sentir poco después, con la escalada de tensión que llevaría a Estados Unidos a recrudecer la guerra más terrible de su historia.
Una historia alternativa, sin duda, el magnicidio más discutido de la historia sucedió hace 110 años, un 28 de junio, en Sarajevo. Muchos historiadores, desde Margaret MacMillan hasta Cristopher Clark, se han preguntado qué hubiera pasado en un mundo donde el Archiduque Francisco Fernando nunca hubiera sido asesinado.
En este escenario alternativo, no habría habido necesidad de que los gobernantes de Viena amenazaran a Serbia, ni de que Rusia acudiera en defensa de Serbia, ni de que Alemania respaldara a Austria, ni de que Francia y Gran Bretaña honraran sus tratados con Rusia para iniciar las hostilidades.
En esta historia contrafactual, la guerra no hubiera tenido lugar. El Imperio Austrohúngaro seguiría reinando sobre un mosaico de culturas y etnias. La Rusia zarista no se habría desmoronado tan rápidamente, y la Revolución de Octubre hubiera fracasado
estrepitosamente.
El Imperio Otomano quizás habría sobrevivido un poco más, lo suficiente como para modernizarse gracias a la construcción de ferrocarriles y refinerías de petróleo. El líder de los bolcheviques, Vladimir Lenin, seguiría haciendo lo que más le gustaba: escribir panfletos incendiarios y retirarse periódicamente en sanatorios para descansar de sus crisis
nerviosas. Adolf Hitler nunca habría entrado en el ejército o en política. En cambio, habría prosperado como pintor de paisajes o retratos de familia en una Austria próspera y feliz.
Por supuesto, los judíos seguirían prosperando sin el trauma del Holocausto y el pequeño asentamiento judío en Palestina continuaría existiendo, pero sin la llegada masiva de refugiados, que seguiría siendo una comunidad minoritaria en la región.
Yizak Rabin, otro gran líder asesinado en nuestro tiempo, hubiera nacido en Ucrania, y jamás habría tenido necesidad de impulsar los acuerdos de Oslo para solucionar el conflicto palestino-israelí. Claro que, sin las Guerras Mundiales, los avances científicos hubieran tomado un rumbo diferente: Estados Unidos no habría llevado a un hombre en la Luna, no existiría la bomba atómica y el desarrollo de la penicilina y los antibióticos sería mucho más lento. Esto, sin embargo, es tan solo historia-ficción.