Revista
Nuestro Tiempo
El soberbio y el petulante suelen ser de difícil trato porque tienen muy complicada la disculpa de la miseria ajena. La imagen que se han hecho de sí mismos les impide acceder a las entrañas de la condición humana. Tanto brilla su nebulosa autopercepción que les deslumbra, provocándoles con frecuencia salidas de la carretera de la sociabilidad. Y es por esa falibilidad perceptiva que ningún hombre puede librarse de la tendencia a caer en la dureza con el prójimo.
De repente, las situaciones difíciles se tornan amables.
Al fin y al cabo, perdonar supone una especie de salto supranatural que conforma el acto más profundamente humano; porque es el acto más profundamente libre, inteligente y acertado que puede realizar el hombre en su vida. Al superar los límites que la naturaleza parece imponerle, el que perdona abre los ventanales del corazón, dando paso a un haz de luz que llena de calidez la lontananza de sus circunstancias.
De repente, las situaciones difíciles se tornan amables, y aquellos detalles que antes ni se podían soportar pasan a ser, no solo gratos, sino incluso amados. Porque perdonar es hacer sencilla la vida en común, es dejar a un lado el protagonismo del yo para establecerse en el remanso de un abrazo limpio y generoso al otro. Como la piedra se erosiona con el constante golpear de las gotas, así el alma que perdona va mudando de piel, va dejándose moldear por el más diestro alfarero.
El amor es al mismo tiempo primer motor y fin último del perdón; y el perdón, incomprensible en apariencia, resulta ser aquello que hace más tangible el amor. Qué bella esta realidad. Qué bello saber que lo que de verdad importa para el hombre no es cuántas veces acierta sino cuántas sabe aceptar los errores,tanto los suyos como los ajenos. En el amor la razón se queda corta, y el perdón es un ejemplo claro.