viernes , 22 noviembre 2024
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Dos visiones de la propiedad: Hume y Locke (III) 

Pablo Paniagua Prieto

Investigador de Faro UDD

En su visión, la propiedad privada ayudaba a limitar el poder del Gobierno al generar un contrapeso económico ante el poder político ayudando a fragmentar el poder, y promovía además la autonomía personal, elementos que luego haría propio Milton Friedman en su célebre libro Capitalismo y Libertad.  

Las ideas de Locke respecto a la propiedad y el derecho natural que tenemos para con ella fueron profundamente influyentes en el pensamiento anglosajón, tanto así que a Locke se le considera el padre intelectual de la revolución norteamericana.

A menudo considerado el fundador del pensamiento liberal moderno, Locke fue pionero en las ideas de ley natural, contrato social, tolerancia religiosa y derecho a la revolución, que resultaron esenciales tanto para la Revolución Americana como para la posterior Constitución de Estados Unidos. Con todo, Locke trata de crear una justificación de justicia o moral al problema de la adquisición inicial, al tratar de dar un fundamento “natural” a la propiedad, pero su justificación no está exenta de problemas.

Primero, el mezclar nuestro trabajo con la tierra para adquirir el derecho natural sobre esta pareciera descansar sobre una premisa oculta: si uno posee algo (como el trabajo o el producto de este) y lo mezcla con otra cosa que todavía no pertenece a nadie (o esta poseída en común), entonces nosotros adquirimos ipso facto una posesión sobre esta también. Sin duda esta premisa no es correcta.

Mezclar labor y agregar valor con el trabajo, sin duda, no es lo mismo que mezclar jugo de tomate. 

Como bien diría Nozick: “Si poseo una lata de jugo de tomate (que yo produje) y la vierto en el mar de manera que sus moléculas se mezclan uniformemente en todo el mar, ¿llego por ello a poseer el mar, o tontamente he diluido mi jugo de tomate?” (Nozick, 1990, p. 175).

Ante esta objeción podemos salvar a Locke con el contrargumento del “valor añadido”; es decir, la justificación de la propiedad no es la “mezcla” del trabajo con las cosas, sino el hecho de que hay un trabajo, un esfuerzo y, por ende, un valor añadido que se le agrega a las cosas y por ende justifica la apropiación.

Mezclar labor y agregar valor con el trabajo sin duda no es lo mismo que mezclar jugo de tomate. Segundo, y sin embargo, este argumento también esta aquejado de una dificultad: todo esto pareciera válido para adjudicar derecho de propiedad para quedarse con los frutos del trabajo y el valor añadido de este, pero ¿por qué debería justificar la apropiación inicial de la tierra? Después de todo, la tierra no forma parte del “valor agregado” fruto de nuestro trabajo.

La tierra ya estaba ahí mucho antes que nosotros nos pusiéramos a trabajar en ella. El argumento de Locke sirve para justificar la propiedad sobre los frutos de la producción, pero no parece dar argumentos de peso para justificar la propiedad sobre la tierra trabajada que estaba ahí mucho antes de que nosotros llegáramos a trabajarla.

En conclusión, cabe hacerse la pregunta: “qué puedo haberle hecho a esta tierra o a este objeto para que me haya dado unos poderes tan extraordinarios sobre ellos? ¿Por qué lo que yo pueda haberle hecho tendría que anular su libertad previa de usarlo?” (Wolff, 2011, p. 174). Es muy difícil encontrar una respuesta satisfactoria a estos dilemas; “de ahí que sea tan difícil encontrar [ético o moral] de justicia en la adquisición. Tal vez sea imposible” (ibid.).

De esta manera, quizás sería mejor reconocer que puede ser un error filosófico centrarse en el tema de la justicia y la justificación moral en la adquisición como algo independiente de sus aspectos prácticos y reales en el sistema social o en la economía.

Entonces, bien podríamos justificar la propiedad privada, no desde un punto ético, sino que desde un punto de vista más pragmático y no deberíamos preocuparnos en elucubrar elaborados castillos de naipes sobre cómo se realizaron las primeras adquisiciones de propiedad en el estado de naturaleza. 

  Continuará… 

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