Javier Azanza
Catedrático de Historia del Arte
Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos sobre la relación de la mujer con las artes y las letras en Navarra. Pamplona, escenario del ceremonial fúnebre.
Las honras fúnebres por los reyes y reinas de la monarquía hispana se celebraron con solemnidad en Pamplona por ser capital del reino y sede episcopal, acto que precedía a los que días más tarde se organizaban en otras ciudades navarras.
La función de exequias reales revestía carácter doble, por cuanto desde mediados del siglo XVI y por cuestión de preeminencias en el protocolo, una provisión real de Felipe II permitió al Regimiento pamplonés organizar sus propios funerales en distinto día que los del virrey y Consejo Real, como han estudiado autores como José Luis Molins, Juan José Martinena, Ricardo Fernández Gracia y Alejandro Aranda.
La función de exequias reales revestía carácter doble.
La magnificencia del ceremonial funerario implicaba el esfuerzo de diferentes oficios: sastres, tapiceros, cereros, carpinteros, pintores, predicadores y, finalmente, grabadores e impresores que dejaban constancia del acontecimiento en la relación de exequias.
El interés primordial de todos ellos se dirigía a la gran ceremonia de la catedral, convertida en “teatro de la muerte”, en cuyo crucero se levantaba el túmulo o catafalco, en torno al cual gira el drama de las exequias.
Elemento imprescindible del túmulo eran los emblemas y jeroglíficos, acertijos visuales que combinaban texto e imagen con un doble objetivo: por un lado contribuían a la decoración fúnebre, y por otro servían para enseñar y persuadir mediante la transmisión de un mensaje al espectador.
Continuará…