Fernanda García
Subdirectora Ejecutiva y Directora del Programa de Pregrado Faro
El liberalismo clásico, cuyos principios son la base de nuestra democracia, es objeto de ataques permanentes.
No ha cumplido sus promesas de libertad e igualdad, dicen, porque en los hechos hay desigualdad y postergación.
Así formulada, la crítica ha causado un daño enorme a Chile. Evidentemente, el sistema libre no solo tolera, sino que necesita el debate crítico del que se nutre por definición.
El problema de estos cuestionamientos no radica en un privilegio de inviolabilidad, sino en que así formulado, en blanco y negro, no ofrece ni propone, solo deslegitiman al emprendimiento y al Estado de derecho frente a la ciudadanía.
Y cuando los críticos sí proponen algo y llegan al poder (sobre todo gracias a esa crítica implacable), se limitan a repetir sus añejas fórmulas colectivistas, que resultan en decrecimiento, pobreza, polarización, y desestabilización institucional.
Curiosamente, este desolador panorama ofrece una oportunidad, ya que, si revisamos la historia del liberalismo clásico, algunas de sus mayores contribuciones se han forjado en la adversidad.
Hablar de injusticia entre hombres y mujeres desde las propias convicciones es crucial.
Los problemas que la izquierda radical es que primero denuncia y luego se muestra incapaz de resolver en el poder, es que la fuerza liberal se revitaliza, porque recuerda por qué y para quiénes existe.
Para ilustrar el punto, dos ejemplos, uno del pasado y otro del presente de Chile. En la década de los setenta, Miguel Kast advirtió que el esfuerzo social se había estancado, tras la creación del sistema previsional y la dictación de la legislación de salud en la primera mitad del siglo XX.
Si entre 1920 y 1970 el gasto social per cápita había crecido más de 30 veces, el producto por habitante lo había hecho solo en 2.3 veces. Kast, junto a Economía UC, se abocó a estudiar y diagnosticar las características y necesidades de los grupos de mayor pobreza.
Para contar con información, pero “en serio”, se elaboró así el primer Mapa de la Extrema Pobreza en Chile. A partir de este y junto a otras iniciativas, se dio inicio al diseño de las reformas económicas que cambiaron las estrategias de combate a la pobreza y sentaron las bases del modelo libre en Chile.
Ahora un ejemplo del presente: la equidad de género levantada hegemónicamente por el “progresismo” ha probado ser relevante en el debate ciudadano y constitucional.
Hoy, entonces, necesitamos entender que hablar de injusticia entre hombres y mujeres desde las propias convicciones es crucial. Incluso aquellos que creen que las brechas son inevitables -porque las mujeres “optan” voluntariamente por la maternidad- necesitan reflexionar.
Al pensionarse, esas madres reciben en promedio un 30 por ciento menos que los padres. Entonces, es preciso entender que el crecimiento con sentido social tiene la capacidad de entregar respuestas serias a millones de mujeres que estudian y trabajan y cuidan.
El liberalismo clásico es responsable hoy de entender, en materia de equidad, lo que Kast y su generación entendieron sobre la extrema pobreza: que la caridad no basta, que estudiar el tema es importante, y que, sobre todo, hablar de ello es imperativo.
No es una concesión cobarde a narrativas colectivistas, sino la única forma valiente de enfrentarlas, despojarlas de su falaz hegemonía en materia solidaria, y sobre todo, de mejorar las vidas de chilenos y chilenas.