Enrique Aubá
Médico psiquiatra
Revista Nuestro Tiempo
No hace falta mencionar matices superfluos, ya sean métodos, lugares o aspectos morbosos o sensacionalistas. Tampoco resulta aceptable justificar el suicidio como una salida elegible ante situaciones complejas.
Un buen mal ejemplo es la desafortunada serie Por trece razones (2017), que pretendía denunciar el bullying pero parece que defiende el suicidio, da ideas sobre cómo hacerlo y es morbosa. La intención no sería mala, digo yo, pero le faltó equilibrio y al final perjudica más que ayuda. Hablar bien del suicidio es comunicar para prevenir.
Cuando se busca “normalizar” y “desestigmatizar” no se trata de hacer pasar por bueno lo que es una tragedia, sino de entender que es normal tener, en algún momento de la vida, pensamientos de imaginar o desear la muerte.
Hablar bien del suicidio es comunicar para prevenir.
Pero reconocer esos pensamientos no quiere decir que haya que suicidarse. Este tipo de vivencias angustia a muchas personas, y saber que son relativamente frecuentes alivia. Normalizar los pensamientos, desestigmatizarlos, facilita que los expresemos y pidamos ayuda.
El suicidio es un acto violento que desafía la fuerza natural del instinto de vida. En la inmensa mayoría de casos, el suicidio conlleva un estado de alteración emocional, aguda o prolongada, que hace ineficientes los mecanismos de autorregulación habituales.
En este sentido, elegir entre morir o seguir sufriendo no es un acto de libertad, como le escuché al psicólogo especialista en suicidios Pedro Martín-Barrajón. La persona que se suicida lo que quiere es dejar de sufrir, no morir.
Esta dicotomía se ve muy claramente en la película Las horas (2002), articulada en torno a Virginia Woolf, donde muchos personajes padecen un sufrimiento intenso, se ven abocados al suicidio, pero en ocasiones encuentran alternativas y motivaciones: “Eso es lo que hacemos, lo hace todo el mundo, seguir vivos por los demás… era la muerte y elegí la vida”.
Continuará…