Ana Sánchez de la Nieta
Revista Nuestro Tiempo
La historia de una inmigrante china con problemas para hacer la declaración de la renta y que acaba descubriendo una brecha en el multiverso para acceder a sus vidas pasadas encandiló a la crítica y a una gran parte de un público cada vez más reacio a pasar por taquilla si no le ofreces algo diferente. Además, detrás de esta historia tan contemporánea como inverosímil no estaba una major, sino una pequeña productora independiente, de esas que pensamos que existen para distribuir películas de dos personajes con problemas existenciales y preferentemente músicos, que así no gastas en bandas sonoras. Todo a la vez en todas partes, sin embargo, no tenía problema en presentar batallas o, mejor dicho, batallitas multiespaciales, y un sinfín de efectos especiales, muchos de ellos ridículos, pero efectos especiales, al fin y al cabo.
Reconozco que mi interés por la película duró media hora; lo que tarda la protagonista en entrar en el multiverso. Y eso que valoro la propuesta. Hay pasajes ingeniosos e incluso, a ratos, miré con interés y benevolencia su pretendida reflexión sobre la maternidad. Pero no conseguí entrar en una historia de idas y venidas aleatorias. Lo intenté, pero me agotó. Demasiada pirotecnia y muy poquito cine. Por eso, reconozco que me han sorprendido los sucesivos premios a la película, en especial el Oscar. Podría decir que es un tema generacional si no fuera porque la mayoría de los académicos de Hollywood me sacan muchos años. Así que más que una cuestión generacional puede ser un prejuicio generacional. A la Academia de Hollywood se la suele tachar, con razón, de conservadora e inmovilista; de no arriesgar, de premiar siempre lo convencional, el drama sobre la comedia, los grandes estudios sobre las plataformas, los argumentos tradicionales sobre las tramas originales. De vez en cuando, para desafiar esas mismas normas no escritas, innova y rompe y arriesga. Y hay que elogiar el intento rupturista. Pero a veces le sale, como cuando premió Parásitos, en 2019, que además de ser arriesgada y diferente es una magnífica película. Y a veces no, como cuando premió la inane Moonlight, en 2016. Y el problema, entonces, no es tanto lo que premian sino lo que dejan de premiar. En 2016 dejó a La La Land sin su merecida estatuilla y esta vez le ha quitado el Oscar de las manos a Steven Spielberg.