Frank Gálvez
Locutor y Periodista
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Había una vez un niño amante de los berrinches. Un día, su ya cansado padre le dio una bolsa de clavos junto a un martillo y le dijo: “Cada vez que te enojes, clava uno en la pared de tu cuarto”. El primer día, el niño clavo 30 clavos. Al día siguiente, fueron 20. Cada vez que solía hacerlo, se arrepentía de estar enojado. ¡Era un gran desafío clavar en esa fuerte pared de ladrillo y argamasa! Lentamente, descubrió que controlar su ira era más fácil que martillar, y la cantidad disminuyo formidablemente.
Finalmente llegó el día donde la bolsa de clavos se terminó. En ese momento su padre le dio otro reto: “A partir de hoy, si logras pasar todo un día sin enojarte, vas a quitar un clavo de la pared”. Después de algunos meses, había retirado todos los clavos. Cuando eso paso, le conto el logro orgulloso a su progenitor, quien lo tomo de la mano y lo llevo de regreso a su cuarto, donde le preguntó qué veía al observar la pared.
El niño respondió que los agujeros de los clavos. Así, su padre le dijo cariñosamente: “Estos agujeros son como las cicatrices que dejas a las personas cuando te enojas. No importa cuántas veces les digas lo siento, las cicatrices permanecen”. La ira es una emoción “sintética” que no suele brotar como un sentimiento primario, pues nace gracias a otros que generalmente han sido suprimidos por alguna razón, como la frustración.
”Me senté con mi ira el tiempo suficiente hasta que me dijo que su verdadero nombre era dolor“ (C. S. Lewis).
La ira lastima a los demás y deja una impresión agria. ¡Draco Dormiens Nunquam Titillandus! La gente tiene “problemas de ira” por muchas razones. Pero el común denominador es que ignoran los problemas hasta que se convierten en un peso abrumador. Aseveró el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud: “Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”, y es una máxima aplicable en todos los ramos de la existencia.
Pero igual que con cualquier contrariedad, hay una solución. Solo se necesita aceptar que, como un sabio dijo una vez “La ira es simplemente la propia incapacidad para explicarse correctamente”. Una vez que se entiende que no podemos controlar lo que otros hacen o dicen y, en su mayor parte, no podemos tampoco controlar lo que pasa en la vida, el enfoque endógeno cambiará, y abordaremos las cosas como son, lo cual es paradójicamente un paso importante para efectuar una metamorfosis.
Lo único que podemos controlar es cómo reaccionamos. La ira y el estrés son cosas que nos imponemos. Sin embargo, el truco es que cada problema se resolverá por cómo elegimos recibirlo en primer lugar. Meditemos al respecto.