Daniel Dols Bruno
Revista Nuestro Tiempo
Lo que nunca llevó, y que ella interpreta como una parábola de su vida como reportera en aquella época, fue un reloj de pulsera.
Para captar la trascendencia de Didion como escritora, hay que detenerse en su mirada. De pequeña le daban mucho miedo las serpientes de cascabel, muy extendidas en California. Su abuelo le enseñó que había que perseguirlas y matarlas cuando uno se las encontrara para que no mordieran a otra persona.
También le contó que la serpiente solo ataca cuando no está en el rango visual. Que la solución ante una amenaza no fuera la huida, sino pararse y enfrentarla, le marcó. A partir de entonces, las serpientes aparecerán en sus textos como encarnación del miedo, el dolor y la incertidumbre y dictarán su forma de entender la escritura bajo cualquier circunstancia: “Escribo estrictamente para averiguar qué estoy pensando, qué estoy mirando, qué veo y qué significa”.
Las herramientas para llevarlo a la página las encontró en Hemingway. Cuando Didion tenía 12 años y vivía en el valle de Sacramento, sus padres le firmaron una autorización para que pudiera leer libros de adultos. Descubrió el párrafo con el que arranca Adiós a las armas e imaginó que si estudiaba esas 126 palabras y practicaba lo suficiente quizá algún día podría hacer lo mismo.
Ganó un concurso nacional organizado por el grupo Condé Nast para ir a Nueva York a trabajar en Vogue
Seis años después, la Universidad de Stanford rechazó su solicitud de admisión y estuvo llorando en el baño un par de horas en las que se planteó tragarse un frasco entero de aspirinas con codeína. Tras graduarse en Literatura Inglesa por Berkeley en 1956, ganó un concurso nacional organizado por el grupo Condé Nast para ir a Nueva York a trabajar en Vogue y, en veinticuatro meses, pasó de copywriter a editora asociada de la revista.
En 1958 conoció al escritor John Gregory Dunne. En las redacciones de la Gran Manzana el nombre de Joan Didion comenzaba a abrirse paso. Sin embargo, tuvo que soportar entonces un doble rechazo: doce editoriales dieron la espalda a su primer libro, Río revuelto (1963), y cuando logró publicarlo con Ivan Obolensky, la crítica literaria lo ignoró. Se casó con Dunne, se cansó de Nueva York y sintió la llamada de la maternidad “como una ola gigante”.
Continuará…