sábado , 23 noviembre 2024
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Alto jornal, de Claudio Rodríguez (II)

Un trabajador de repente cambia la manera de ver su oficio, y la vida, ahora resplandeciente aunque igual que antes. El instante iluminador. Algunos poetas celebran el mundo. Dan versiones como canciones ajenas. Otros, tal vez los más grandes, nos lo hacen descubrir. Entregan lo que de verdad es una palabra: un acontecimiento. No solamente (perdón por la filigrana) un acaecimiento.

En estos versos (por suerte, cabrán otras interpretaciones) lo que ese hombre cobra día a día por su trabajo, el jornal, pura etimología, sea cuanto sea, adquiere una dimensión elevada: el dinero no importa tanto como el destellar que se le manifiesta en su labor, donde se entrelazan tarea y gracia. Sentido.

Esa revelación se convierte en certeza y, más aún, en plenitud, en un estado de felicidad, de beatitud, de dicha, como se adelanta en el primer verso, de ecos evangélicos a bienaventuranzas. Y al Beatus ille, el segundo de los epodos de Horacio, y a la versión de fray Luis de León.

Esa revelación se convierte en certeza y, más aún, en plenitud, en un estado de felicidad, de beatitud, de dicha.

Conviene entender cabalmente las palabras. El Diccionario de la lengua española recoge la locución verbal de aire coloquial “no caber alguien en el pellejo”. Además de “estar muy gordo” indica “estar muy contento, satisfecho”. Contento como un niño que recibía en los años cincuenta españoles la Primera Comunión, en expectantes ayunas, como el amanecer. La aldaba es el picaporte para llamar en las puertas de antes, un puño o una argolla. La aldaba es alguien.

Que esté escrito en presente (sale, se va por la calle, mira a lo alto…), un tempo muy querido en la poesía de Claudio Rodríguez, lo acerca y lo deja quieto en la estación de los instantes, sin vaivenes hacia el pasado. Para Cicerón y Quintiliano, el tempus instans, el presente, lo que se tiene encima, lo que es inminente. Son verbos cortos y de movimiento, que sugieren el trazado de un camino, con su larga simbología lírica, pero a la vez no dan precipitación sino sosiego: “Miserable el momento si no es canto”. Lo más minúsculo se hace grandioso. Sin perder su tamaño de realidad.

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