domingo , 24 noviembre 2024
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Buenas malas causas

Mariona Gúmpert

Revista Nuestro Tiempo

Tengo alergia a las frases manidas, aunque estén cargadas de razón. Últimamente se cita a Chesterton en bucle, lo que me empieza a generar rechazo automático. Pese a estas manías personales, lo cierto es que se recurre tanto a este pensador y novelista inglés por su gran capacidad para anticipar el punto neurálgico de algunos de los problemas que ahora nos aquejan. 

Una de las sentencias famosas de Chesterton “Cuando se deja de creer en Dios se cree en cualquier cosa” explica por qué varios de los debates públicos con mayor capacidad para recabar consenso son, paradójicamente, los más polarizados hoy día. 

Los defensores de determinados ideales los han integrado en su vida como horizonte de sentido con los que llenar huecos existenciales que solía ocupar el hecho religioso. Y, como toda fe, las nuevas confesiones laicas pueden caer (y caen) en errores graves, como la irracionalidad, el dogmatismo o la demonización del hereje. 

La polémica en torno al racismo resulta sorprendente, pues, al menos entre los políticos, periodistas e intelectuales españoles, son muy escasas las personas que defienden públicamente que debe discriminarse a alguien por el color de su piel. 

La propia historia del cristianismo nos enseña cómo la mejor de las causas puede pervertirse. Sería conveniente que los desaforados creyentes de movimientos como el antirracismo o el feminismo escarmentaran en cabeza ajena, por mor de aquello que defienden: reivindicaciones justas y en las que, aunque no lo parezca, o no quieran creerlo, coincidimos todos. 

La polémica en torno al racismo resulta sorprendente, pues, al menos entre los políticos, periodistas e intelectuales españoles, son muy escasas las personas que defienden públicamente que debe discriminarse a alguien por el color de su piel. 

El problema estriba en que hemos importado de Estados Unidos una cuestión que en nada se asemeja a la idiosincrasia española. En América, por desgracia, sí ha sido, y sigue siendo, un asunto grave. 

El histrionismo del movimiento antirracista en España, sumado a la corrección política que impide hablar de ciertos temas relacionados con la inmigración ilegal, ha conseguido que, de un consenso claro, se esté zarpa a la greña, discutiendo sobre si está mal o bien que la nueva versión de La sirenita de Disney la protagonice una mujer negra, entre otros absurdos. El feminismo no le va a la zaga. 

El machismo es una reliquia del pasado, al menos entendido en un sentido estricto: a saber, creer que la mujer es inferior al hombre y, en consecuencia, negarle derechos y pensar que no son aptas para determinadas tareas. 

Que algunos hombres maltraten y maten a sus parejas tiene más que ver con que son superiores en fuerza física que con el machismo estructural. La misma razón por la que también se cometen infanticidios a manos de mujeres y por la que sucede violencia doméstica entre parejas homosexuales (siempre hay un pez más grande que el otro).

¿Existe alguien que no lamente estas muertes y que no desee poner los medios necesarios para que no se produzcan? ¿Cuántas personas quedan en España que piensen que la mujer es un ser inferior? Los que ondean la bandera del feminismo ignoran que coinciden con sus supuestos enemigos en esto y, sin embargo, apenas favorecen debates necesarios relativos a la mujer, como soluciones reales a la conciliación laboral, la sexualización que nos afecta o la trata de blancas. 

Algunos temas son incluso desterrados del ágora pública, como el del aborto, que no solo es una tragedia  para el nonato, sino también por los efectos físicos y psicológicos que tiene sobre la madre.

A San Jerónimo no lo cita apenas nadie actualmente, así que puedo traer una frase suya a colación sin ponerme nerviosilla, como me pasa con Chesterton: Corruptio optimi pessima. La corrupción de los mejores es lo peor. Le pasó, y puede seguir pasándole, al cristianismo, y lo mismo les está ocurriendo a los que convierten causas justas y compartidas por todos en un conjunto de dogmas desenfocados que solo alimentan la polarización justo donde no debería haberla.

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