Guillermo Monsanto
Siempre me han dicho que soy una persona con mucha suerte y, muy agradecido, así lo creo. Hace muchos años, en 1985 para ser más preciso, Dick Smith escribió y dirigió el collage cómico Nuevas caras del 85 en la pesadilla de un actor, presentada en el desaparecido Teatro del Puente. Uno de los textos que decía con mucha malicia el personaje de la hermana Agnes era: “A los niños buenos les pasan siempre cosas buenas y a los malos, cosas malas”. Quiero pensar que, de algún modo, a mis casi sesenta años, que pertenezco al grupo de los primeros.
La cosa es que guiado por esa buena fortuna fui invitado a Suiza para desarrollar, junto a la actriz Luisa Urquizú, un texto que más adelante se dramatizará en alguna sala de espectáculos de Guatemala. El proceso, que apenas comenzó hace pocos días, está acompañado por una serie de eventos que me han puesto a reflexionar sobre diferentes tópicos que deseo compartir con ustedes mis lectores.
Un viaje inusual destinado a la concreción de un texto dramático junto a una actriz suigéneris.
El día 24 llegué a la ciudad de Ginebra para redescubrir una urbe que vi con ojos muy jóvenes hace unos cuarenta años. Con agrado percibí el compromiso de sus ciudadanos en la conservación de su patrimonio, el Centro Histórico y la sumatoria de hechos concretos que denotan el progreso que los suizos han alcanzado en el saneamiento de sus recursos naturales.
La mejor carta de presentación es el lago Leman, cuyas aguas lucen limpias y sin un solo atisbo de basura. En aquella ciudad no hay chatarreros que roben metales ni organizaciones que, manipuladas por una agenda de odio, destruyan sus monumentos.
El 25 por la tarde me trasladé en tren a Saanen, un pueblo de ensueño ubicado entre varias montañas talladas en granito y revestidas por un tupido bosque.
Las praderas verdes contrastan con una arquitectura idílica que me hizo pensar en las casitas navideñas de chocolate. Su río crecido por una repentina lluvia, de momento un poco lodoso, corre sin vestigios de vida humana.
Literalmente no hay basura de ningún tipo. El ciudadano sabe cuales son sus responsabilidades y se conduce según sus obligaciones comunitarias. ¿Estamos cerca de alcanzar una actitud así?
En Guatemala, desde el año pasado, estamos obligados a separar nuestra basura en orgánica y sólida. Nunca en mi vida había metido tanto las manos en los basureros de mi casa para separar los desechos que deberían llegar, por rutina, a sus respectivas bolsas.
Hay gente que me ha dicho que de eso se ocupan los basureros y sí, probablemente lo hacen, pero la obligación es de los ciudadanos. A pesar de lo dicho, tengo conciencia clara de que nuestro país es hermoso y lleno de contrastes naturales (continuará por otro rumbo).