domingo , 24 noviembre 2024
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Garrocho mira la otra cara del tapiz (I)

Ana Terreros  y Álvaro Fernández de Mesa 

Revista Nuestro Tiempo

Hace un par de años que Diego S. Garrocho (Madrid, 1984) empezó a manifestar su preocupación por el lugar que ocupan los jóvenes en esta sociedad posmoderna. Invitado por el Instituto Core Currículum, visitó la Universidad de Navarra con la intención de transmitir a los alumnos sus inquietudes. Hablamos de esto y también del patio del colegio, de Homero y Platón, de banderas que no ondean y de vajillas Duralex.

Si uno piensa en el vicedecano de Investigación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Autónoma de Madrid, lo normal es que no se le venga a la cabeza alguien como Diego Garrocho. El hombre joven que espera en la entrada del Museo lleva blazer y vaqueros. Cuando nos acercamos, levanta la mirada del móvil y se lo guarda en el bolsillo del abrigo. Estaba escribiendo un tuit que daría que hablar.

Garrocho habla de Platón, Derrida y Ortega (a los que “hay que leer más”) pero también de la valla de su colegio, que ve todos los días desde que se mudó ahí al lado. Ha sido profesor visitante del Boston College y del MIT, pero no vive alejado de la realidad de sus alumnos. Hasta les escribe cartas que luego resultan merecedoras de premios. Y, sobre todo, le gusta entrar al diálogo. De cualquier cosa.

En un tiempo en el que parece necesario medir las palabras, Garrocho saltó a la escena pública en noviembre de 2020 al sacar temas “que no ocupaban un espacio en la conversación social, pero de los que mucha gente quería hablar). Con cierto atrevimiento e intentando calibrar riesgos, quiso hacer ruido. Y lo consiguió, eso es así. Muchos respondieron a la pregunta que lanzó en El Mundo: ¿Dónde están los intelectuales cristianos? El eco que se generó a partir de ahí no lo podía prever.

En un tiempo en el que parece necesario medir las palabras, Garrocho saltó a la escena pública en noviembre de 2020.

Sabe que hay un sector que no tolera todo lo que diga y se ha “inmunizado”. Sin embargo, Garrocho no entra al debate con intención de participar en ninguna batalla cultural: “Aunque en ocasiones he puesto encima de la mesa temas que han suscitado polémica, no lo hago desde un partidismo de guerra.

Expongo los argumentos que creo que son ciertos y que pueden ayudar a construir una comunidad política más próspera, justa y verdadera”. Un combate exige bandos, pero este profesor de Ética no ha encontrado una bandera que defender y otra que perseguir; algo que se hace patente cuando sus columnas de opinión o sus publicaciones en redes sociales reciben críticas desde esferas opuestas.

Pero eso no le preocupa, siente que “ser atacado desde ideologías diferentes por tus ideas significa que estás apostando por el pensamiento libre”. Para él hay dos motivaciones en política: “Una por amor a unas siglas y otra por amor a la justicia y la verdad, con toda la prudencia que estos conceptos exigen”. La segunda, por la que él aboga, implica “no tener miedo a salir fuera de pista ni a hollar nuevos caminos”, dice.

“Aunque el conflicto con argumentos bien pensados es una de las bases fundamentales de una democracia próspera”, Diego Garrocho piensa que, si las disputas se banalizan, “los polos de ese encuentro se vuelven mediocres y estas dejan de tener sentido porque pasan a ser una lucha”. También se cuestiona sobre el motor que mueve las democracias: “Creo que lo que las mantiene en movimiento es el libre curso de la conversación y la disputa entre ideas; el dar cuenta de las ideas propias y someterlas a escrutinio público para enriquecerlas”.

Garrocho califica de superficial el debate público en España y considera que no podrá ganar profundidad mientras se continúe desarrollando simplemente en las redes sociales. Además, estas plataformas han hecho que los propios medios de comunicación den un giro en su manera de opinar e informar: “Antes las cabeceras, independientemente de su sesgo ideológico, informaban de manera pertinente. Tenían autoridad y legitimidad. Hoy buscan titulares rotundos, visibles y escandalosos. Para reconstruir el espacio de debate, hay que volver a prestigiar los medios de comunicación”.

  Continuará… 

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