José María
Sánchez Galera
Revista Nuestro Tiempo
Por eso, el caballero cristiano no solo entiende que la mujer sea objeto de amor, sino también de imitación o admiración, como lo fue la mártir Eulalia de Mérida o como la heroína francesa Juana de Arco.
El mártir cristiano, de hecho, no es una víctima, sino un héroe, como explica Robert Redeker en su libro Los centinelas de la humanidad (Homo Legens, 2021): el héroe se define por su libertad de actuación, mientras que la víctima se muestra pasiva ante su desgracia.
Y, aunque Redeker ve diferencias entre el héroe y el santo, defiende que ambos salvan al hombre medio de caer en la bestialidad y en “todas las formas de mecanicismo”, pues “le señalan a la vida humana su dirección y la llenan de contenido”.
La mirada cristiana sobre la mujer acaba convirtiendo al héroe cristiano en servidor, y anticipa en su nobleza de comportamiento y su abnegación una civilización propia. Aunque el noble medieval siga siendo de alta alcurnia, y aunque el Poema de Fernán González y las coplas de Jorge Manrique quisieran localizar sangre goda como garantía de abolengo, lo cierto es que la rectitud y la pureza de corazón apuntan a un cumplimiento de lo que Cristo pedía en el sermón de la montaña.
Por otro lado, caeríamos en un error si pensáramos que el cristianismo supuso una ruptura nítida con respecto al héroe gentil.
Tal como dice Victoria Hernández, “el caballero ideal es el que imitaba a Cristo”. Según la profesora, “en el Libro de la Orden de Caballería, de Ramón Llull, esto queda claro: el liderazgo ha de ser servicio real”. Estos rasgos permiten que los héroes y heroínas cristianos representen una gama que va desde Catalina de Siena o Gonzalo Fernández de Córdoba hasta Isabel Barreto, María Pita o Blas de Lezo.
Por otro lado, caeríamos en un error si pensáramos que el cristianismo supuso una ruptura nítida con respecto al héroe gentil. De hecho, la literatura cristiana (que también se nutrirá de los héroes, heroínas y temas bíblicos, como Judith, David o Esther) conservará la mitografía y leyenda gentil, pero transmutándola, como se comprueba en el medieval Libro de Apolonio.
Entre otros factores, es indudable que la fascinante mezcla de ingredientes que rodea las aventuras del héroe (fuerza, destreza, amor, magia, emoción, intriga) le ha permitido su pervivencia, con otra máscara (como diría De Cuenca), o quizá con otra alma.
La democrática aristocracia de Tintín: Si pensamos que el héroe es alguien al que emular o alguien que nos gustaría haber sido, quizá debamos asumir que se trata de un guía de nuestras propias aspiraciones. En una arenga, famosa por dar comienzo a la película Patton, el general epónimo decía: “Cuando erais chavales, todos vosotros admirabais al que corría más rápido, a los jugadores de las grandes ligas, a los boxeadores más duros”. Y proseguía: “El auténtico héroe es el hombre que pelea, a pesar de sentirse aterrado”.
Continuará…