Laura Juampérez
Nuestro Tiempo
La pandemia ha puesto patas arriba muchos aspectos de nuestra existencia. Uno de ellos, nuestros hogares. Por primera vez en la historia, el mundo entero se vio encerrado entre cuatro paredes durante meses.
Fruto de reflexiones que ya venían dándose en la arquitectura y la edificación, los expertos ven en este momento la oportunidad de transformar la vivienda para que sea, de verdad, la máquina que nos ayude a vivir de manera sostenible y no un mero contenedor donde sobrevivir.
“La casa es una máquina para vivir”, sentenció Le Corbusier allá por 1914 cuando creó el concepto de la Casa Dominó. Había una necesidad real, concreta, urgente: la Primera Guerra Mundial estaba asolando el continente y se debía reconstruir Europa con ligereza.
El modelo Dominó del suizo permitía levantar viviendas mucho más rápido gracias a un sistema estructural.
El modelo Dominó del suizo permitía levantar viviendas mucho más rápido gracias a un sistema estructural para la fabricación en serie, la racionalidad y la funcionalidad en el diseño. Cien años después, la última premio Pritzker (el equivalente al Nobel en esta disciplina), la francesa Anne Lacaton, recogió en Pamplona ese testigo atemporal del maestro y sostuvo en septiembre de 2021, durante el VI Congreso Arquitectura y Sociedad, que “la casa es el reto más hermoso al que se enfrenta la arquitectura contemporánea”.
Entre ambas concepciones del espacio habitado media un siglo durante el cual se han sucedido corrientes que prometían crear la vivienda perfecta, más bella, cómoda, funcional, económica y adaptada a las necesidades de los usuarios: de la Bauhaus a la escuela de Chicago, del eclecticismo a la arquitectura estalinista. ¿Cuál es el desafío, entonces, de nuestro siglo? Los hay de muchos tipos, pero los expertos consultados por Nuestro Tiempo, con perspectivas más o menos convergentes, han coincidido al enfrentarse a este ejercicio distópico en tres puntos vertebrales: el papel creciente de la tecnología, la electrificación de la movilidad y, sobre todo, un cambio de mentalidad que deje de lado el consumo exacerbado.
Y por encima (o quizás por debajo) de todo ello señalan un reto inaplazable: la sostenibilidad, tanto en términos ambientales como sociales. La casa del futuro se situará (así al menos lo desea la Declaración Universal de los Derechos Humanos) en una ciudad y una comunidad “sostenible, inclusiva, segura y resiliente”.