domingo , 24 noviembre 2024
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Las polifonías de la danza (V)

Ana Eva Fraile
Revista Nuestro Tiempo

Aunque durante unos minutos Antonio sintió que el mundo se le caía, enseguida se recompuso: “Lo que Víctor quería decir era ‘Céntrate aquí, te estoy apoyando, este es el lugar para ti’. Y me puse a currar, a entregarme en cuerpo y alma a las clases de ballet”.

La compañía de Ullate ensayaba en la misma escuela. Desde el ventanal del mirador se dominaban las dos salas y Antonio pasaba largos ratos allí. “Veía a Tamara Rojo bailando con Ángel Corella, a Lucía Lacarra con Joaquín de Luz, a Igor Yebra con María Jiménez… Aprendías mucho observando a tus compañeros”, explica.

En 1996, cuando tenía veinte años, sufrió una caída sobre el escenario. A raíz de ese accidente pasó tres veces por el quirófano.

La escuela era la cantera para la compañía y al cabo de dos años Ullate le ofreció un contrato de aspirante en prácticas. Entonces llamó a su padre: “Ya soy bailarín. Tengo mi primer sueldo”. Poco a poco, a golpe de disciplina, fuerza de voluntad e infinitas horas de ensayo, atesoró madurez escénica para interpretar papeles principales. Ruz compara la danza con los deportes de élite: “Llegar a lo más alto y mantenerte siempre en forma para estar en la primera liga resulta muy sacrificado”.

Además de la presión física “de llevar al cuerpo al extremo durante mucho tiempo”, llama la atención sobre la exigencia mental. “Mientras estás actuando (confiesa), el público no ve el cansancio, la falta de sueño por un problema, no ve la frustración que hay detrás, ni el miedo de salir a bailar al cincuenta por ciento de tus posibilidades”. En 1996, cuando tenía veinte años, sufrió una caída sobre el escenario. A raíz de ese accidente pasó tres veces por el quirófano.

Paradójicamente, esa lesión en la rodilla que ha marcado su vida le ha permitido llegar al momento actual de celebración. “Fue el detonante (reconoce) de por qué estoy ahora aquí como coreógrafo, de por qué decidí buscar una manera de bailar más suave y más expresiva”.
A los veinticuatro, Antonio Ruz sintió que tocaba techo.

Quería conocer otras culturas, aprender idiomas, trabajar con personalidades que probablemente no llegarían a España… Se presentó a las audiciones del Gran Teatro de Ginebra y le admitieron. Allí, después de su tercera cirugía, se lanzó a crear su primera obra: 1 Calvario. Aunque el título podría haber aludido a su dolorosa recuperación, realmente hablaba sobre la Semana Santa andaluza.

Según señala, “las noches dedicadas a jóvenes coreógrafos son una experiencia muy bonita porque el público ve a los bailarines hacer sus propias piezas”.

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