Dr. Jorge Antonio Ortega G.
La guerra continúa su paso de devastación, y la muerte es la constante diaria en el territorio invadido. El inicio de un conflicto es simple y predecible, lo que no se puede visualizar es su final y duración. El ámbito político es el que provoca la confrontación con una sencillez increíble, pero su final está condicionado a un camino sinuoso hacia la paz.
En el momento que escribo este artículo, se han consumido 91 días de destrucción, más de 3 meses de incertidumbre y de desarraigo para los ucranianos, que se aferran a su tierra y a la libertad en el amplio sentido de la palabra con una resistencia sobrehumana a la fuerza invasora por aire, tierra y mar. Los combates continúan, igual que la masificación de los bombardeos en áreas
estratégicas.
El Kremlin subestimó al oponente y su capacidad de defensa, así como la reacción y las complicaciones en las relaciones internacionales con Occidente. Las sanciones económicas impuestas a la Federación Rusa están afectando la economía mundial, pero no se debe permitir por ningún motivo la subyugación de un Estado democrático que en principio anhela la paz, el desarrollo y el progreso de su nación con el propósito del buen vivir.
Los plazos se van venciendo, principalmente en las sanciones económicas. El suministro de armas, equipo y munición va perdiendo impulso, las condenas internacionales se van acallando, la prensa cambia de prioridades en sus editoriales; en fin, el mundo se acomoda a una situación lejana y un problema ajeno que están creando inconvenientes domésticos que complican la
gobernabilidad.
El destino de la humanidad es frágil en esta situación caótica, en cualquier momento se puede ampliar el espectro de la guerra a otras latitudes. Las posiciones opuestas de los líderes no permiten ver una salida práctica a la problemática creada en el pasado y las ambiciones de expandir los límites territoriales
rusos.
Las reacciones de Moscú de limitar el abastecimiento de combustibles y energía eléctrica a otros países, su posición contraria al ingreso de dos nuevos Estados a la OTAN deja clara su posición de mantenerse en pie de guerra, no solo con Ucrania sino con Occidente, so pretexto de la amenaza de la Alianza
Atlántica y los Estados Unidos de Norteamérica hacia la Federación Rusa.
La guerra de Afganistán duró dos décadas, con un final impredecible y la reinstalación de los talibanes al ejercicio del poder, ahora apadrinados por los rusos y chinos. Inverosímil, pero tangible como el concreto, una guerra de desgaste con sus consecuencias en fallecidos en combate y destrucción de la infraestructura. ¿Cuánto tiempo durará esta nueva guerra?, creo que más de lo necesario, con resultados en números negativos, con un territorio devastado, una nación diezmada con una sociedad en duelo y marcada por las cicatrices de la guerra.
Las justificaciones y las razones de la escalada del conflicto hasta llegar al combate, no son válidas para este siglo de avances tecnológicos, de prosperidad, de bienestar en todo el sentido; nuestras fuerzas deberían estar encaminadas a combatir la contaminación y la depredación del medioambiente, el colapso denuestro mundo está pronosticado para el año 2050; nuestros recursos y fuerza deben ser endosados hacia detener la destrucción de nuestro espacio terrenal, no tenemos otra opción y de hecho vamos tarde pero, aún podemos detener el deterioro de nuestro entorno. No es tiempo para la guerra entre los seres humanos, tenemos que salvar nuestro hogar para heredar un lugar privilegiado a nuestros hijos y sus hijos en el Universo.
Los retos son grandes para los líderes y el tiempo se agota, es necesario actuar de inmediato sin vacilar. La humanidad lo requiere y el mundo lo necesita.
