Ana Eva Fraile
Revista Nuestro Tiempo
Realmente no es una pausa (“porque la cabeza no para”) sino un cambio de ritmo: “Después de grandes exposiciones ante el público y proyectos de mucha envergadura, necesitaba digerir todo eso”. Las polifonías corales de Tomás Luis de Victoria se funden con la música rave y las siluetas del Greco, en la primera creación de Antonio Ruz para la Compañía Nacional de Danza. In paradisum reflexiona sobre la búsqueda de la espiritualidad a través de un ritual lleno de pulsación, energía y contrastes. Mientras saborea este momento de calma, y aprovechando que ha recalado en el Museo Universidad de Navarra con su último proyecto, hablamos con él. Nos acomodamos en la sala de estar de la biblioteca, solo a unos metros de un escenario en el que se siente “como en casa”. Es su cuarta visita al campus de Pamplona y su sexto espectáculo: Double Bach (abril de 2017), Presente, Transmutación (noviembre de 2019), Signos (marzo de 2021), In paradisum (septiembre de 2021) y La Noche de San Juan (octubre de 2021).
Aquí ha descubierto fotografías del siglo XX de Dolcet, Català Roca y Ortiz Echagüe. Aquí ha transmutado imágenes de papel en movimiento. Aquí ha invitado a improvisar a dos bailarines entre las obras de Tàpies, Palazuelo y Oteiza. Aquí ha llevado la danza a cuarenta centímetros de las miradas expectantes. Aquí se ha camuflado entre la gente como un espectador más. Aquí se ha encontrado con el público en las salas, en el escenario, en el patio de butacas, en las aulas. Aquí siente “un cuidado hacia el arte, pero también hacia el artista”. Desde este lugar tan querido, la memoria de Antonio Ruz viaja a la Córdoba de su adolescencia.
Empezó con el ballet clásico a los catorce. Se enamoró de ese estilo y estuvo dos años en la escuela de Araleo Moyano. Un día la profesora llamó a su madre. Se reunieron alrededor de una mesa camilla. “El niño se tiene que ir a Madrid. A la escuela de Víctor Ullate”, le dijo mientras Antonio permanecía callado. Tardaron en convencer a su padre. “Mi familia es gente de campo y lo de dedicarse a una profesión artística no se lo podían imaginar, pero el amor mueve montañas”, cuenta. Así fue como, en 1992, con la ayuda de sus padres y una beca, llegó a la capital de España.
Visualiza la primera vez que puso sus manos en la barra de ballet de la escuela de Ullate. La clase comenzaba con un ejercicio de calentamiento suave. “Él iba paseándose y al acercarse a mí me dijo: ‘Quiero que a partir de ahora olvides todo lo que sabes. Empezamos de cero’”, recuerda.
Continuará…