viernes , 22 noviembre 2024
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Urbi et Orbi

Frank Gálvez
Locutor y periodista
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La Cuaresma (que proviene del vocablo anglosajón para primavera, lencten) es un período de abstinencia, abnegación y oración, que alcanza cuarenta días, exceptuando domingos, desde el Miércoles de Ceniza hasta el Sábado Santo.

Este número tiene un significado bíblico que apunta, entre distintos sucesos, a la cantidad de años que los israelitas vagaron por el desierto y al ayuno de cuarenta días de Jesús en el desierto.

Los domingos fueron excluidos de este período, porque formulan la resurrección como una realidad presente.

“Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mateo 28:20).

El culto dominical se convirtió en una celebración de la resurrección de Cristo, y la Pascua, el aniversario de esa resurrección, se apartó como un día especialmente santo.

El período cuaresmal simboliza un esfuerzo virtuoso por conseguir la integridad y el triunfo sobre el pecado y, proverbialmente, la colectividad de las iglesias reserva las semanas anteriores a la fiesta de Pascua para la transformación espiritual por medio de la práctica de la oración, introspección, ayuno, caridad y estudio de la Palabra.

Juan Pablo II indica en su mensaje para la Cuaresma del 2000: “Para judíos, cristianos y musulmanes, Abraham es el modelo del creyente: confiado en la promesa, sigue la voz de Dios que lo llama a emprender caminos desconocidos. La fe nos ayuda a descubrir los signos de la presencia amorosa de Dios en la creación, en las personas, en los acontecimientos de la historia y sobre todo en la obra y el mensaje de Cristo, que anima a las personas a mirar más allá de sí mismas, más allá de las apariencias, hacia esa trascendencia donde se revela el misterio del amor de Dios por cada criatura”.

Y esta es la perspectiva que precisamos: En medio del ajetreo diario, la voz de la Cuaresma nos detiene y nos habla suavemente de la compleción que, como humanos, podemos obtener en Cristo. La nueva vida que Jesús recibió resplandece en las de nosotros, incluso ahora; se trata de prepararnos para reconocer y abrazar este sacrificio, al ahondar nuestras relaciones con nosotros mismos, con el prójimo y con Dios.

La Cuaresma es el instante propicio para aceptar lo que funciona en nuestras vidas y lo que no. Generemos ese cambio que anhelamos en nosotros: renunciemos a lo que nos daña, y avancemos al futuro con energías perennes llenas de fe, amor y misericordia.

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