Dr. Jorge Antonio Ortega G.
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La escalada del conflicto va en una dirección sinuosa hacia la guerra, la cual se puede expandir a más territorios y afectar al mundo en su totalidad, pero también puede llegar a una paz sorprendente a través de un balance de fuerzas, intereses y cooperación entre los Estados involucrados, directa o indirectamente, como es el caso de nuestro.
En el siglo pasado experimentamos tres guerras que nos involucraron de una u otra manera, llegando a tener como pensamiento unificador la destrucción del planeta y por ende de la humanidad.
La Guerra Fría, como se le bautizó, logró al final contener nuestros deseos de lucha y se desvaneció con el ejercicio permanente de las acciones políticas, económicas y diplomáticas de diversos bloques y de los contendientes de dicha confrontación.
La guerra no se puede denominar justa o injusta, porque forma parte de la Ley Natural.
Hoy, el escenario mundial se ve nuevamente confrontado, debido a intereses de diversa índole para Rusia, Ucrania, la Unión Europea, Estados Unidos de Norte América y otros que se benefician ahora de la escalada y, si se llegara a la confrontación militar aumentarían las ganancias para unos y las adversidades para otros.
Si tomamos la teoría, el nuevo concepto adaptado a la modernidad: “La guerra es la continuidad de la política por otros medios”, creo que es la incapacidad política para resolver los grandes problemas de las naciones en conflicto.
Rousseau advierte que la guerra no solo tiene el carácter político que se le atribuye, sino artificial y convencional, y es que la guerra solo se puede dar entre Estados o naciones y nunca entre individuos, por ello es posible cambiar en un momento determinado el estado deplorable de las relaciones internacionales en conflicto.
La guerra surge por cosas, territorios, recursos naturales o el poder sobre alguna región. Ninguna de las anteriores puede ser propiedad de los individuos; todas ellas definen a un Estado frente a los demás.
La paradoja de Hobbes… a partir de la salida de la guerra en el nivel de los individuos, por medio de un pacto, se da origen a un nuevo tipo de conflicto, la guerra entre Estados o leviatanes. Muestra una concepción una nueva idea de la guerra, pero no la fiel compañera de la sociedad humana sino un nuevo paradigma de las relaciones entre los Estados.
Botando el concepto escolástico cuya raíz se remonta a la doctrina agustiniana de la guerra justa. La guerra no se puede denominar justa o injusta, porque forma parte de la Ley Natural, a la cual no pueden renunciar los Estados. Por otra parte, Hobbes afirma que la guerra no se puede evitar, ni prohibirse, sino solo regulase, para procurar una convivencia armónica entre naciones.
Para muchos, Rousseau es heredero directo de Nicolas Maquiavelo, por su tradición realista y su descripción endeble de las relaciones políticas en el mundo de los ciudadanos y en el de los Estados. Por diversos laberintos nos lleva el autor del Contrato Social para comprender el fenómeno que nos persigue a la destrucción de la humanidad.
Kant es el gran receptor de las ideas de Rousseau y de Hobbes, a los cuales admira. Para él el problema de la guerra interestatal solo alcanza su posible solución en la concepción de una historia pensada teológicamente, lo cual es posiblemente inalcanzable, pero que sirve de base para la construcción de instituciones políticas y morales indispensables para la convivencia pacífica.
Kant prepara el terreno para que Hegel diseñe su pensamiento de la filosofía de la historia, dejando el pensamiento ilustrado por el romántico, en el cual la guerra representa un movimiento definitorio de Hegel que llamó “eticidad” del Estado que no es más que el traslado de los intereses particulares de los ciudadanos a la defensa del Estado.
Independiente de lo doctrinario, confiamos que prevalezca la sensatez de los líderes y se diluyan los intereses que permitieron la escalada del conflicto actual, que sin llegar a las armas ya está repercutiendo en nuestro diario vivir.