Lucía Martínez Alcalde
Revista Nuestro Tiempo
Los domingos, después de la misa de diez y media en St. Gregory and St. Augustine, sirven café, zumo y pastas, y ha sido una ocasión de conocer a mucha gente. Y de reencuentros: Michael y Pablo coincidieron en Singapur hace diez años y tendría que haber grabado sus caras cuando de repente se vieron saliendo de la iglesia.
Con solo cinco cajas por vaciar, el siguiente reto consiste en cuadrar horarios de oficina de Pablo, colegio y teletrabajo. Estoy feliz de poder continuar en Nuestro Tiempo, ahora desde la distancia, así como seguir escribiendo para Aceprensa y colaborando con Canavox, un movimiento internacional a favor del matrimonio y la familia.
En nuestra nueva casa tengo “una habitación propia”, aunque (no sé qué diría Virginia Woolf al respecto) en bastantes horas del día la comparto con Ignacio y Fátima, un perro de plástico que ladra y piezas de construcciones.
No me costó más de dos días acostumbrarme a que los coches conduzcan por el lado equivocado.
Desde la primera semana los niños dicen “Vamos a casa” para referirse a la de aquí. Jaime, por iniciativa propia, se presenta como “Jimmy”. No me costó más de dos días acostumbrarme a comer a las doce y media y a que los coches conduzcan por el lado equivocado.
La semana pasada me atreví a echarle leche al té y me sorprendió gratamente. Solemos merendar gelatina y porridge, como me recomendó Mariona.
Cuando se asomaba el otoño, suspiré pensando en los colores del campus. Pero, una vez más, este país me sorprendió, con rojos en los que chisporrotean pinceladas doradas y granates intensos que brillan con fuerza ante el más pequeño rayo de sol.
Y, de repente, en el jardín de Marie y Carlos (un matrimonio inglesa-español que nos invitó a tomar el té hace unos domingos, y a quienes hemos adoptado como “los abuelos en Oxford”), descubrí con alegría un ginkgo biloba, que aún no había comenzado a volverse de oro.
He descubierto que el Home is wherever I’m with you, que cantan Edward Sharpe & The Magnetic Zeros es una realidad que, en mi caso, tiene la forma de Pablo, Jaime, Ignacio y Fátima. También, me acuerdo mucho de lo que le decía Hannah Arendt a su marido: “Eres mi hogar portátil”. Venir a Oxford no me lo ha descubierto, ya lo sabía, pero sí me ha hecho experimentarlo como nunca. Y es una verdad enorme y acogedora.