domingo , 24 noviembre 2024
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Danilo Rosales y su prisma de colores

Guillermo Monsanto
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Cuando aprecié por primera vez la obra del chimalteco Danilo Rosales (1977) recuerdo que pensé “este es de los grandes”. No estoy seguro si lo que me conquistó fue su fidelidad al color de los objetos que representa o el modo en el que abstrae la substancia que conforma su universo iconográfico.

Investigando un poco me doy cuenta de que Danilo Rosales contó con maestros de primera índole entre los que relucen figuras de la talla de Ernesto Boesche, Manolo Gallardo, Marvin Olivares, Leonel del Cid, Jorge Mazariegos Maldonado; tomó cursos en la Escuela de Artes Plásticas Rafael Rodríguez Padilla y, en España, en la Fundación ARAUCO y, siendo ya artista, siempre en la Península Ibérica, con Marvin Musac, Carlos Vega Faudez y Marcelo Bravo.

Listado del que se colige asumió una depurada técnica y que definió su estilo. A los dicho hay que sumar que entre una infinidad de reconocimientos, en 2021 fue nombrado Artista Destacado por la Fundación Rozas-Botrán.

La obra de Rosales presenta una dualidad.

La obra de Rosales presenta una dualidad y esta proviene, probablemente, de haberse criado en la riqueza cultural del occidente guatemalteco y en los espacios urbanos de la ciudad capital y de Madrid.

Para los ojos de un pintor estos contrastes son, con toda seguridad, una lluvia de información que cala hondo. Sus bodegones son correctos, límpidos, bien pensados y ejecutados con la inteligencia de un artista que recompone el caos y lo aterriza en el más estricto orden. Europeos algunos, chapines, por sus contenidos, los otros.

Sus frutas, las verduras, se perciben orgánicas; las porcelanas frías al tacto y brillantes a la vista. Es, en pocas palabras, un artista de refinado oficio.

Si los lienzos ya descritos son buenos por su sobriedad, los que se internan en la esencia del espíritu festivo local también toman su protagonismo en realismo psicológico alcanzado. Estos, más allá del nivel de representación alcanzado, se fundamentan en la memoria emotiva de los dulces y la ilusión que estos evocan. Colores vívidos envueltos en trasparentes bolsas nos invitan a ser destapados.

En estos óleos el color vibra y se libera reluciente. Es con la luz que da valor al color catapultando cada propuesta más allá del objetivo a retratar.

Danilo Rosales es un artista que sabe pintar. Su trabajo denota su inmensa pasión por el proceso. Su poco miedo al color lo distingue porque con esta actitud nos demuestra que la pintura de caballete está viva y que esta lleva en parte su nombre. De momento no hay más que agregar. Se trata solo de esperar un poco el rumbo por el que transite y el modo en que todos, como público, asimilemos su evolución.

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