Esperanza Ruiz
Revista Nuestro Tiempo
“Todo artista, si tiene familia, lleva una doble vida que es imposible de separar. Las dos son igual de importantes”, declaró en una entrevista. Después comienza a enviar artículos y cuentos que considera “intrascendentes, casi confidencias”. Lo hace para pagar facturas o el alquiler de la casa de vacaciones.
Carmen era una mujer solitaria en un mundo de intelectuales formado por escritores como Umbral y Cela. No tuvo el apoyo del ambiente literario que frecuentaban sus admiradoras Ana María Matute, Carmen Martín Gaite o Josefina Aldecoa. Cela llegó a vetar la presencia de Laforet en la revista Ínsula, validando de esta manera el talento de la escritora.
El vacío espiritual del que participan los personajes de Nada no es ajeno a su autora.
Su segunda novela, La isla y los demonios, la publicó Destino en 1952 y la escritora aúna en ella el recuerdo idealizado de la Gran Canaria que vivió en su infancia con una trama de pasiones humanas.
El vacío espiritual del que participan los personajes de Nada no es ajeno a su autora. Carmen había sido bautizada y, vagamente, tenía conciencia de la existencia de Dios. Con ocasión de la amistad con dos grandes mujeres, a las que admira sin ambages, se empieza a interesar por las cuestiones de la fe. La ganadora del Premio Nadal había crecido sabiendo que sería escritora.
Su camino hacia la literatura y su vida tenían presente a Elena Fortún, creadora de la saga Celia, aun sin conocerla. Cuando entablan amistad, la autora (enferma de cáncer) se ofrece a rezar por Carmen y esta le pide que lo haga por su alegría interior, “que a veces pierdo desastrosamente”.
Su intercambio epistolar se mantuvo hasta el fallecimiento de la escritora infantil, a los 65 años, en 1952.
La otra mujer que espolea la religiosidad de Laforet es la deportista olímpica Lilí Álvarez. A Carmen, tan libre, le fascina que el espíritu indómito y pionero de la tenista esté sujeto con gozo y convencimiento a los dogmas de la Iglesia. La mezcla de audacia y paz en el sufrimiento de la ganadora del Roland Garros intriga a Carmen y la predispone a la lectura de libros religiosos.
En diciembre de 1951, Elena Fortún escribe de manera premonitoria a Carmen Laforet: “Todo llegará. Un día cualquiera, cuando más descuidada se esté y menos se espere”. Fortún llevaba un tiempo inquieta por Carmen pero desconoce el motivo.
Sin lugar a dudas, las oraciones de ambas personalidades dan su fruto y Carmen recibe la gracia de la conversión. Tan solo días después de las palabras proféticas de la autora de Celia, Lilí Álvarez está rezando por Carmen Laforet en Los Jerónimos y esta acude a su encuentro en la iglesia.
Continuará…