Guillermo Monsanto [email protected]
¿Saben, queridos lectores? Uno se tiene que estar volviendo tremendamente viejo cuando adquiere la capacidad de ver hacia atrás y caer en la cuenta de que tiene memorias que superan el medio siglo. Reunido con mis compañeros de la primaria, en un enmascarado convivio gracias al Covid-19, hicimos memoria del método con el que nos enseñó a leer la señorita Julia Camacho, siendo aún muy niños, valiéndose de aquel rudimentario sistema de letras en una cajita de cartón. Todos los presentes coincidimos en lo importante que fue aquel regalo para el resto de nuestra vida.
Entre charla y charla, reviviendo aquella etapa mágica de la niñez, recordamos cómo a cada uno nuestra maestra nos había dado nuestro primer libro. En el caso mío fueron dos (1974): Miguel Strogoff y Un Capitán de quince años, de Julio Verne. Ese mismo año, mi abuelita me daría, durante una convalecencia de fiebre tifoidea, Las indias negras, también de Verne, y El Tulipán negro, de Alejandro Dumas. Los cuatro están todavía en mi biblioteca. En esa relación literaria, llegué al liceo para cursar la secundaria y el bachillerato, el año del terremoto, y allí encontrarme a con la literatura guatemalteca.
En mi caso, encontré en la lectura un espacio paralelo para viajar, soñar, amar, aprender, en fin.
Hace pocos años, me abordó en los corredores de la universidad un efusivo joven quien como carta de presentación me agradeció haberle insuflado el gusto por la lectura. Agradablemente sorprendido, lo observé con mucha atención, ya que su cara no me era nada familiar, y finalmente le dije con cierta pena que estaba seguro de que jamás le había dado clases. Para hacer corta la historia, el joven me contó que había encontrado en la biblioteca del colegio, de donde me gradué en 1980, los libros que yo había leído durante mi adolescencia alimentando su camino hacia la literatura fantástica y la novela histórica.
Al finalizar el siglo XX, para mi terror, había una serie de artículos que pronosticaban la muerte de los libros impresos. Como en una caza de brujas, muchas cabezas anticipaban el final del legado de Gutenberg y la entronización de la lectura electrónica. Lo que no contaban los detractores de los libros era el papel que jugaría la magia en la permanencia de las publicaciones escritas y la sensación de culto que provocaría entre la juventud la aparición de Harry Potter, la Piedra filosofal y el resto de títulos que la siguieron.
Fascinación que ya ha superado los cuatrocientos millones de libros vendidos y de la cual todos hemos sido testigos. Claro, no solo Potter es el causante de que el libro no haya desaparecido, ya que hay escritores tan populares como JK Rowling, pero sí colaboró en formar el hábito de la lectura en millones de jóvenes que de otra manera no hubieran leído un libro.
En mi caso, encontré en la lectura un espacio paralelo para viajar, soñar, amar, aprender, en fin. Mi vida hubiera sido bien diferente y opaca sin la literatura. Me encantaría saber qué autores son los más leídos por mis lectores.
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