Joseluís González Profesor y escritor @dosvecescuento
Entre los conocimientos que elevan la cultura y sus posibilidades en una persona, debería sobresalir hoy el saber interpretar imágenes, fijas y en movimiento, incluso el poder crearlas. Suelo examinar a mis estudiantes de Cultura Audiovisual con dos preguntas básicas y sencillas. Aparentemente. Pretendo comprobar, por supuesto, su hondura de reflexión, su capacidad para relacionar lo que van asimilando, la fuerza de su originalidad o al menos su pericia en esquivar tópicos.
Una (no la pongo todos los años) plantea “¿Para qué sirve una fotografía?”. La otra cuestión, más trillada, interpela por esto: “¿Comparte usted el axioma de que una imagen vale más que mil palabras?”. La respuesta más frecuente es “Depende”. Cierto: depende. ¿Pero de qué factores, de qué circunstancias, de qué objetivos…?
Un argumento irrefragable consiste en asegurar que para afirmar la primacía de la imagen por encima de las palabras se necesitan (¡oh, casualidad!) siete palabras. Quedan bastantes para llegar a las mil. Y la potencia del aforismo y los mensajes afilados está fuera de duda. Aquel constante y esperanzador “Hoy es siempre todavía”, de Machado, admite millares de glosas.
Una imagen es como una avalancha: una repentina y habitualmente masa enorme de información.
Depende, por supuesto. Parece que tienen diferente tratamiento y distinta consideración el plano del Madrid de los Austrias, un entusiasta dibujo infantil para el Día de la Madre, el Guernicao un Rothko o El mundo de Cristina, de Andrew Wyeth, una foto de 1932 de unas marisqueiraso el retrato de unos recién casados. No digamos un holograma, la estatua de una de las decenas de fundiciones de El pensador de Rodin o un cartel veraniego pero artificial de Coca-Cola o incluso la señal de dirección prohibida. Puede añadirse una cohorte de ejemplos.
Mis estudiantes destacan la inmediatez de tener delante una imagen fija y pararse a mirarla y, además, la universalidad de ese lenguaje.
Un texto verbal (una sucesión de palabras) o una película son secuenciales: hay que dar un paso y a continuación otro, el siguiente, el que se eslabona con el anterior. Los lingüistas distinguen hoy entre los textos continuos y los discontinuos. Son discontinuos las infografías, los mapas, una tabla estadística, el formulario de una inscripción, incluso una factura.
Suelen apoyar informaciones y requieren “estrategias de lectura no lineal”: admiten leerse a saltos, sin empezar por el principio ni seguir por el “a continuación”. Pero una imagen es como una avalancha: una repentina y habitualmente masa enorme de información. Y admite múltiples interpretaciones si resulta compleja.
Continuará..